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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Les llamó la atención una lancha blanca en la sombra, que había sido arrastrada en<br />

seco y volcada en la arena. Se sentaron encima, ella de un lado, él del otro, y se quedaron<br />

un buen rato en silencio, admirando las olas que se alargaban plácidas, vítreas en la<br />

blanda arena gris. Luego la mujer levantó los hermosos ojos negros hacia el cielo y le<br />

descubrió a Noli, a la luz de las estrellas, la palidez de la frente torturada, de la garganta<br />

cerrada, seguramente por la angustia:<br />

—¿Noli, aún canta?<br />

—Yo… ¿cantar?<br />

—Sí, usted cantaba, tiempo atrás, durante las noches hermosas… ¿No se acuerda? En<br />

Matera, cantaba… Lo tengo todavía en los oídos, el sonido de su voz entonada… Cantaba<br />

en ffalsete… con tanta dulzura… con tanta gracia apasionada… ¿No se acuerda?<br />

Él sintió que todo el fondo de su ser se conmovía con la evocación imprevista de<br />

aquel recuerdo y sintió en el pelo, en la espalda, los escalofríos de un estremecimiento<br />

inefable.<br />

Sí, sí… era verdad: cantaba, entonces… en Matera, aún tenía en el alma los dulces<br />

cantos apasionados de su juventud, y en las noches hermosas, paseando con algún amigo,<br />

bajo las estrellas, aquellos cantos volvían a florecer en sus labios.<br />

Entonces era cierto que se había llevado la <strong>vida</strong> consigo, de la casa paterna de Turín;<br />

ahí aún la tenía consigo, claro, si cantaba… Al lado de esta pobre y pequeña amiga, a la<br />

que quizás había cortejado un poco, en aquellos días lejanos… Oh, así, por simpatía, sin<br />

malicia… Por la necesidad de sentir un poco de afecto, la ternura blanda de una mujer<br />

amiga.<br />

—¿Se acuerda, Noli?<br />

Él, con los ojos en el vacío, susurró:<br />

—Sí… sí, señora… me acuerdo…<br />

—¿Llora?<br />

—Recuerdo…<br />

Se quedaron callados de nuevo. Mirando ambos la noche, sentían ahora que su<br />

infelicidad casi se evaporaba, que ya no era solamente de ellos, sino de todo el mundo, de<br />

todos los seres y de todas las cosas, de aquel mar tenebroso e insomne, de aquellas<br />

estrellas centelleantes en el cielo, de toda la <strong>vida</strong> que no puede saber por qué hay que<br />

nacer, por qué hay que amar, por qué hay que morir.<br />

<strong>La</strong> fresca, plácida tiniebla, acolchada de estrellas, sobre el mar, envolvía su duelo que<br />

se derramaba en la noche y latía con aquellas estrellas y se abatía lento, leve, monótono,<br />

con aquellas olas, en la playa silenciosa. <strong>La</strong>s estrellas, ellas también, lanzando sus<br />

centelleos de luz en los abismos del espacio, preguntaban por qué; lo preguntaba el mar<br />

con aquellas olas rendidas, y también las pequeñas conchas dispersas en la arena.<br />

Pero, poco a poco, la tiniebla empezó a aclararse, empezó a abrirse en el mar una<br />

primera y frígida palidez de alba. Entonces, cuanto había de vaporoso, de arcano, casi de<br />

aterciopelado en el duelo de aquella pareja que se había quedado apoyada en los flancos<br />

de la barca volcada en la arena, se restringió, se precisó con dureza <strong>desnuda</strong>, como las<br />

facciones de sus rostros en la incierta y pálida primera luz del día.<br />

Él se sintió retomado por la miseria habitual de su casa cercana, adonde llegaría<br />

dentro de poco: la vio, como si ya estuviera allí, con todos sus colores, en todos sus<br />

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