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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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ni en broma, Gigione! Yo solo sé cuántos esfuerzos hago en algunos momentos para<br />

mantenerme recto sobre dos patas. Créeme, amigo mío: si dejáramos actuar a la<br />

naturaleza, nosotros seríamos, por inclinación, todos cuadrúpedos. ¡Sería lo mejor! Más<br />

cómodos, más pausados, siempre en equilibrio… ¡Cuántas veces me tiraría al suelo a<br />

gatear, sí, avanzaría a gatas! ¡Esta maldita civilización nos hunde! Si fuera cuadrúpedo,<br />

sería un hermoso animal salvaje; como cuadrúpedo, te daría un par de patadas en el<br />

vientre por las bestialidades que me has dicho; siendo cuadrúpedo, no tendría ni mujer, ni<br />

deudas, ni preocupaciones… ¿Quieres hacerme llorar? ¡Me voy!<br />

Gigi Mear, atontado por el habla grotesca de aquel amigo suyo llovido del cielo, lo<br />

observaba, torturando su memoria para saber cómo diablos se llamaba, cómo y cuándo lo<br />

había conocido, en Padua, cuando era joven o cuando estudiaba en la universidad, y<br />

pasaba y repasaba lista a todos sus íntimos amigos de entonces, en vano: nadie<br />

correspondía a la fisionomía de este. No se atrevía, mientras tanto, a pedir una aclaración.<br />

<strong>La</strong> intimidad que él le demostraba era tal que temía ofenderlo. Se propuso conseguirlo<br />

con la astucia.<br />

<strong>La</strong> sirvienta tardaba en abrir, no esperaba que el señor volviera tan pronto. Gigi Mear<br />

tocó de nuevo el timbre y ella vino al fin, chancleteando.<br />

—Vieja mía —le dijo Mear—. He vuelto y en compañía. Pondrás la mesa para dos,<br />

hoy, ¡y pon en ello todo tu empeño! ¡Con este amigo mío, que tiene un nombre muy<br />

curioso, no se bromea, cuidado!<br />

—¡Antropófago Capribarbicornípedo! —exclamó el otro con una mueca que dejó a la<br />

vieja perpleja: no sabía si sonreír o persignarse—. ¡Y nadie quiere saber nada de este<br />

nombre mío, vieja! Los directores de banco arrugan la nariz, los usureros se sorprenden.<br />

Solo mi mujer ha sido muy feliz de apropiárselo, ¡pero solamente el nombre, eh, le he<br />

dejado que me cogiera! ¡A mí, no! ¡A mí, no! Soy demasiado joven, ¡por el alma de todos<br />

los diablos! Vamos, Gigione, como ya te he revelado esta debilidad mía, ahora muéstrame<br />

tus miserias. Tú, vieja, enseguida: ¡forraje a la bestia!<br />

Mear, vencido, lo guio por las cinco habitaciones del apartamento, decoradas con<br />

cuidado amoroso, con el cuidado de quien no quiere tener nada más que desear, fuera de<br />

su propia casa, al haberse propuesto convertirse en clueca. Salita, dormitorio, lavabo,<br />

comedor y estudio.<br />

En la salita, su estupor y su tortura crecieron, al oír cómo el amigo hablaba de los<br />

asuntos más íntimos y particulares de su familia, mientras miraba las fotos ordenadas en<br />

la estantería.<br />

—¡Gigione! Quisiera un cuñado como el tuyo. ¡Si supieras lo tremendo que es el<br />

mío!<br />

—¿Trata mal a tu hermana?<br />

—¡Me trata mal a mí! Y le sería tan fácil ayudarme, en esta situación… ¡Bah!<br />

—Perdona —dijo Mear—, no recuerdo cómo se llama tu cuñado…<br />

—¡Déjalo! No lo puedes recordar: no lo conoces. Lleva en Padua apenas dos años.<br />

¿Sabes qué me ha hecho? Tu hermano, tan bueno conmigo, me había prometido ayuda, si<br />

aquel canalla me avalaba las letras de cambio… ¿Te lo puedes creer? ¡Me ha negado la<br />

firma! Y entonces tu hermano que, en fin, aunque muy amigo, es un extraño, no me ha<br />

ayudado, tal era su indignación… Es verdad que nuestro negocio es seguro… ¡Pero si te<br />

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