La vida desnuda - Luigi Pirandello

¿Qué debe suponer Clementina? Se le ocurre este otro pensamiento:
«No verá bien cómo soy.»
Y, para ser dejada en paz, la pobre deforme, de repente utiliza este recurso: acerca la
mesa a la ventana, coge un trapo y luego, con la ayuda de una silla, se sube a la mesa con
gran fatiga, hasta ponerse en pie, como para limpiar los cristales de la ventana con aquel
trapo. ¡Así él la verá bien!
Pero, por poco Clementina no se precipita abajo, a la calle, al darse cuenta de que
aquel joven, al verla, se ha levantado y gesticula furiosamente, asustado, y le hace señas
para que baje, por caridad: cruza las manos en el pecho, se coge la cabeza entre las manos
y grita, ¡ahora grita!
Clementina baja de la mesa lo más rápido que puede, consternada, es más: aterrada;
lo mira, temblando, con los ojos desorbitados; él extiende los brazos, le lanza besos; y
entonces:
«Está loco…», piensa Clementina, apretándose, retorciéndose las manos. «¡Oh, Dios,
está loco! ¡Está loco!»
Es verdad, por la noche, Lauretta se lo confirma.
Despertada su curiosidad por las preguntas de Clementina, ha investigado acerca de
aquel joven y le han dicho que enloqueció casi un año atrás, después de la muerte de su
novia, que vivía allí, donde viven ellas, Lauretta y Clementina. A aquella novia, antes de
que muriera, habían tenido que amputarle una pierna y luego la otra, por un sarcoma que
se había renovado.
¡Ah, por eso! Clementina, escuchando el relato de la hermana, siente los ojos que se
le llenan de lágrimas. ¿Por aquel joven o por sí misma? Luego sonríe pálidamente y le
dice a Lauretta con voz temblorosa:
—Me lo había imaginado, ¿sabes? Me miraba a mí…
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