La vida desnuda - Luigi Pirandello

REMEDIO: LA GEOGRAFÍA
La brújula, el timón… ¡Eh, sí! Si se quiere navegar… Pero tendrían que
demostrarme que también es necesario —quiero decir que conduce a una conclusión
cualquiera—, tomar una ruta en lugar de otra, o arribar a este puerto en lugar de a aquel.
—¡Cómo! —dicen—. ¿Y los negocios? ¿Sin una regla, sin un criterio directivo? ¿Y
la familia? ¿La educación de los hijos? ¿La buena reputación, en la sociedad, la
obediencia que se debe a las leyes del Estado? ¿La observancia de los deberes de uno
mismo?
Con este cielo azul, que de tan líquido podría beberse, hoy… ¡Por caridad! ¿Acaso no
me ocupo correctamente de mis negocios? Mi familia… Sí, les ruego que me crean, mi
mujer me odia. Correctamente y ni más ni menos de lo que sus esposas los odien a
ustedes. Y también mis pequeñines, ¿piensan que no los eduqué correctamente como
hicieron con los suyos? Con un provecho, créanme, muy similar al que obtuvieron
ustedes. Obedezco a todas las leyes del Estado y observo mis deberes de manera
escrupulosa.
Solamente, ahí está, yo utilizo… ¿cómo decirlo?, una cierta elasticidad mental en
todos estos ejercicios, beneficio de todas aquellas nociones científicas, positivas,
aprendidas en la infancia y en la adolescencia, de las cuales ustedes, que también las han
aprendido como yo, demuestran no saber o no querer sacar provecho.
Para gran perjuicio, se lo aseguro, de su salud.
Claro, no es fácil acogerse oportunamente a aquellas nociones que contrasten, por
ejemplo, con las ilusiones de los sentidos. A que la Tierra se mueve podría aferrarse
oportunamente, como a una excusa elegante, un borracho. Nosotros, en realidad, no la
sentimos moverse, si no de vez en cuando, por algún modesto terremoto. Y las montañas,
dada nuestra estatura, las vemos tan altas que, entiendo, pensarlas como pequeñas arrugas
de la costra terrestre no es fácil. Pero, Dios santo, pregunto y digo: ¿por qué entonces
hemos estudiado tanto de pequeños? Si recordáramos constantemente lo que la ciencia
astronómica nos ha enseñado, el ínfimo, casi incalculable lugar que nuestro planeta ocupa
en el universo…
Lo sé, también está la melancolía de los filósofos que admiten: sí, pequeña la tierra,
pero no tan pequeña nuestra alma si puede concebir la infinita grandeza del universo.
Ya. ¿Quién lo ha dicho? Blaise Pascal.
Sin embargo, habría que pensar que esta grandeza del hombre, entonces, existe a lo
sumo solo para entender, frente a aquella infinita grandeza del universo, su infinita
pequeñez, y que por eso el hombre es grande solamente cuando se siente muy pequeño, y
nunca es tan pequeño como cuando se siente grande.
Y entonces, otra vez, pregunto y digo: ¿qué consuelo nos puede llegar de esta
grandeza aparente, si no hay otra consecuencia, más que la de sabernos aquí condenados a
la desesperación de ver grandes las cosas pequeñas (todas nuestras cosas, aquí, de la
Tierra) y pequeñas las grandes, como serían las estrellas del cielo? ¿Y no será mejor,
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