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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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—¡Y los bigotes también, oh, mira! —añadió la señora Consalvi, sin querer—. Los<br />

llevaba así el pobre Giulio en los últimos tiempos, ¿no te parece?<br />

—¡Pero los bigotes! —dijo, molesta, la señorita—, ¿Cómo quieres que sean? ¡No<br />

cuesta nada hacerlos!<br />

Costantino Pogliani, instintivamente, se los tocó. Sonrió de nuevo. Confirmó:<br />

—Nada, ya…<br />

Entonces se acercó al caballete y dijo:<br />

—Mire, si me permite… quisiera hacerle ver, señorita… así, en dos trazos, aquí…<br />

¡no se incomode, por caridad! Aquí en esta esquina… (luego se borra)… como yo<br />

recuerdo al pobre Sorini.<br />

Se sentó y se puso a esbozar, con la ayuda de la fotografía, la cabeza del prometido,<br />

mientras de los labios de la señorita Consalvi, cuya alma tendida y expectante seguía los<br />

toques rápidos con exultación creciente, saltaban de vez en cuando unos sí… sí… sí…,<br />

que animaban y casi guiaban al lápiz. Al final, no pudo retener su conmoción:<br />

—Sí, oh, mira, mamá… es él, exacto… oh, deje… gracias. Qué felicidad, poder así…<br />

es perfecto… es perfecto…<br />

—Un poco de práctica —dijo, levantándose, Pogliani, con una humildad que dejaba<br />

trasparentar el placer por aquellos halagos vivísimos—. Y además, le digo, lo recuerdo<br />

tan bien, pobre Sorini…<br />

<strong>La</strong> señorita Consalvi se quedó mirando al dibujo, insaciablemente.<br />

—El mentón, sí… es ese… exacto… Gracias, gracias…<br />

En aquel momento, el retrato de Sorini que servía de modelo se deslizó del caballete<br />

y la señorita, que todavía estaba admirando el boceto de Pogliani, no se agachó para<br />

recogerlo.<br />

Allí en el suelo, aquella imagen ya un tanto desteñida apareció más melancólica que<br />

nunca, como si comprendiera que no se levantaría jamás.<br />

Pero Pogliani se agachó a recogerla, con caballerosidad.<br />

—Gracias —le dijo la señorita—. Pero yo a partir de ahora me serviré de su dibujo,<br />

¿sabe? Ya no miraré más este feo retrato.<br />

Y de repente, levantando los ojos, le pareció que la habitación fuera más luminosa.<br />

Como si aquel salto de admiración le hubiera disipado de pronto la niebla del pecho,<br />

oprimido desde hacía tanto tiempo; tomó aire con ebriedad, bebió con el alma aquella<br />

viva luz, que entraba por la amplia ventana abierta al espectáculo encantador de la<br />

magnífica villa, envuelta en un aura primaveral.<br />

Fue un instante. <strong>La</strong> señorita Consalvi no pudo explicarse qué pasó realmente en ella.<br />

Tuvo la impresión, imprevista, de sentirse como nueva, entre todas aquellas cosas nuevas.<br />

Nueva y libre: sin la pesadilla que la había sofocado hasta hacía muy poco. Un aliento,<br />

algo había entrado con ímpetu por aquella ventana para remover tumultuosamente en ella<br />

todos los sentimientos, para infundir un brillo de <strong>vida</strong> en todos aquellos objetos nuevos, a<br />

los cuales había querido precisamente negarles la <strong>vida</strong>, dejándolos allí intactos, como para<br />

que velaran con ella la muerte de un sueño.<br />

Y, oyendo al escultor joven y elegantísimo alabar con voz dulce la belleza de aquella<br />

vista y de aquella casa, conversando con su madre que lo invitaba a ver las otras<br />

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