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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Paroni, atentísimo hasta ahora al raro y truculento discurso, con el alma confundida<br />

por la tremenda expectativa de una violencia atroz, sintió de repente que los miembros se<br />

le derretían, y abrió la boca en una miserable y vana sonrisa:<br />

—…¿Bromeas?<br />

Luca Fazio retrocedió un paso y tuvo un espasmo en una mejilla, cerca de la nariz.<br />

Dijo, con la boca torcida:<br />

—No bromeo. Mazzarini me ha pagado el viaje, y aquí estoy. Ahora yo, primero te<br />

mato a ti, y luego me mato yo.<br />

Al decir esto, levantó el brazo y puso la mira del arma a la altura de su mirada.<br />

Paroni, aterrado, tapándose la cara con las manos, intentó apartarse de la mira,<br />

gritando:<br />

—¿Estás loco?… Luca… ¿estás loco?<br />

—¡No te muevas! —lo amenazó Luca Fazio—. Loco, ¿eh? ¿Te parezco loco? ¿Y no<br />

has gritado durante tres horas en el café que Pulino ha sido un imbécil porque, antes de<br />

ahorcarse, no ha ido a Roma a matar a Mazzarini?<br />

Leopoldo Paroni intentó rebelarse:<br />

—¡Pero hay una diferencia, por Dios! ¡Yo no soy Mazzarini!<br />

—¿Diferencia? —exclamó Fazio, teniendo siempre a Paroni en la mira—. ¿Qué<br />

diferencia quieres que haya entre Mazzarini y tú para uno como yo o como Pulino, a<br />

quien no le importan vuestras <strong>vida</strong>s ni vuestras payasadas? ¡Matarte a ti o a otro, al<br />

primero que pase por la calle, da lo mismo para nosotros! Ah, ¿para ti somos imbéciles si<br />

no nos hacemos instrumento, al final, de tu odio o del de otro, de vuestras competiciones<br />

y bufonadas? Pues bien: ¡yo no quiero ser imbécil como Pulino, y por eso te voy a matar!<br />

—Por caridad, Luca… ¿qué haces? ¡Siempre he sido amigo tuyo! —Paroni empezó a<br />

suplicar, moviéndose, para evitar la boca de la pistola.<br />

En los ojos de Fazio realmente brillaba la loca tentación de apretar el gatillo del arma.<br />

—Eh —dijo con la sonrisa acostumbrada en los labios—. Cuando uno no sabe qué<br />

más hacer con su <strong>vida</strong>… ¡Eres un bufón! Tranquilo, que no te voy a matar. Como buen<br />

republicano, serás un librepensador, ¿eh? ¡Ateo! Claramente… Si no, no hubieras podido<br />

llamar imbécil a Pulino. Ahora tú crees que yo voy a matarte porque espero alegrías y<br />

compensación en el mundo… No, ¿sabes?, para mí lo más atroz sería creer que tengo que<br />

llevarme a otro lugar el peso de las experiencias que me ha tocado vivir en estos veintiséis<br />

años de <strong>vida</strong>. ¡No creo en nada! Sin embargo, no te voy a matar. Ni me creo un imbécil,<br />

porque no lo haga. Tengo piedad de ti, de tus payasadas. Te veo de lejos y me pareces tan<br />

pequeño y tan miserable... Pero quiero patentar tu tontería.<br />

—¿Cómo? —dijo Paroni, acampanando la mano, al no haber oído la última palabra,<br />

en el aturdimiento en que había caído.<br />

—Pa-ten-tar —silabeó Fazio—. Tengo el derecho, ahora que he llegado al fin. Y tú<br />

no puedes rebelarte. Siéntate allí, y escribe.<br />

Le indicó con la pistola el escritorio, es más, lo obligó a sentarse allí con el arma<br />

apuntada contra el pecho.<br />

—¿Qué… qué quieres que escriba? —balbuceó Paroni, aniquilado.<br />

—Lo que te voy a dictar. Ahora estás hundido, pero mañana, cuando sepas que me he<br />

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