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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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los mulos que tiraban de aquellos carros. Lo notó ahora, como si los mulos se hubieran<br />

adornado con todas aquellas borlas y aquellos lazos y flecos variopintos para celebrar una<br />

fiesta.<br />

A la derecha, a la izquierda, en los montones de grava, algunos mendigos<br />

permanecían sentados, descansando, lisiados o ciegos. Desde el burgo marinero subían a<br />

la ciudad, al cerro, o de esta bajaban a aquel a la zaga de una moneda o de un pedazo de<br />

pan, que alguien les había prometido.<br />

Se entristeció al verlos, y enseguida se le ocurrió la idea de invitarlos a todos a<br />

subirse a su carruaje: «¡Alegres! ¡Alegres! ¡Vamos todos a tirarnos al mar! ¡Una carroza<br />

de desesperados! ¡Vamos, vamos, hijos! ¡Subid, subid! <strong>La</strong> <strong>vida</strong> es bella y no tenemos que<br />

afligirla con nuestro aspecto lastimoso».<br />

Se contuvo, para no desvelarle al cochero el objetivo de la excursión. Pero sonrió de<br />

nuevo, imaginando a todos aquellos mendigos en su vehículo, y, como si realmente los<br />

tuviera allí, viendo a otros por el camino, repetía la invitación para sus adentros:<br />

—¡Ven tú también, sube! ¡Te ofrezco el viaje gratis!<br />

III<br />

En el pueblo de mar todos conocían a Ciunna.<br />

—¡Inmenso Ciunna! —de hecho, se sintió llamar en cuanto bajó del vehículo; y se<br />

encontró abrazado a un tal Tino Imbrò, joven amigo suyo, que le estampó dos sonoros<br />

besos y una palmada en la espalda.<br />

—¿Cómo va? ¿Cómo va? ¿Qué ha venido a hacer aquí, a este pueblito de gente<br />

descalza?<br />

—Un recadito… —contestó Ciunna, sonriendo avergonzado.<br />

—¿Este vehículo está a su disposición?<br />

—¡Sí, lo he alquilado!<br />

—Muy bien, entonces: cochero, ¡vete! Querido Ciunna, por mal que se sienta —ojos<br />

pálidos, nariz pálida, labios pálidos—, yo le secuestro. Si tiene dolor de cabeza, haré que<br />

se le pase; ¡hago que se le pase cualquier cosa!<br />

—Gracias, Tino, joven amigo mío —dijo Ciunna enternecido por la festiva acogida<br />

—. Mira, realmente tengo un recado muy importante que hacer. Luego es necesario que<br />

vuelva arriba deprisa. Entre otras cosas, no sé, tal vez hoy llegue, de sorpresa, el<br />

inspector.<br />

—¿En domingo? ¿Y cómo? ¿Sin previo aviso?<br />

—¡Ah, sí! —replicó Ciunna—. ¿Quisieras también que te avisara? Te echan el guante<br />

cuando menos te lo esperas.<br />

—No atiendo a ninguna razón —protestó el joven—. Hoy es fiesta y queremos reír.<br />

Yo le secuestro. Soy de nuevo soltero, ¿sabe? Mi mujer, pobrecita, lloraba de noche y de<br />

día… «¿Qué te pasa, linda?». «¡Quiero a mi mamá! ¡Quiero a mi papá!» «¿Lloras por<br />

eso? Tontita, ve a ver a tu mamá, ve a ver a tu papá, que te darán rica comida y ricos<br />

dulces, ricos…». Usted es mi maestro, ¿he hecho bien?<br />

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