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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Además del destajo, había tasas gubernamentales de tipo diverso, y la obligación de<br />

construir, no solamente las galerías inclinadas para el acceso a la azufrera y para la<br />

ventilación, los pozos para la extracción y educción de las aguas, sino también los<br />

túneles, los hornos, las calles, los bloques de viviendas y todo lo que pudiera ser necesario<br />

en la superficie para el funcionamiento de la azufrera. Y cuando el contrato terminaba,<br />

todas estas construcciones eran del propietario del suelo, quien además exigía que todo le<br />

fuera entregado en buen estado. Como si los gastos hubieran corrido a cargo suyo. ¡Y eso<br />

no era todo! Incluso en las galerías subterráneas el arrendatario no era dueño de trabajar a<br />

su manera, sino que tenía que hacerlo por medio de arcos o columnas o argamasas, como<br />

el propietario imponía, a veces hasta en contra de las exigencias del mismo terreno.<br />

Había que estar loco o desesperado, ¿no?, para aceptar tales condiciones, para dejarse<br />

pisar así. ¿Quiénes eran, en verdad, la mayoría de los productores de azufre? Pobres<br />

diablos, sin un centavo, obligados a procurarse los recursos, para explotar la azufrera<br />

alquilada, a través de los mercaderes de los puertos, que los sometían a otras usuras y a<br />

otros abusos.<br />

En resumidas cuentas, ¿qué les quedaba, por tanto, a los productores? ¿Y cómo<br />

podrían ofrecer ellos un salario menos triste a los desgraciados que trabajaban allí abajo,<br />

continuamente expuestos a la muerte? Guerra, odio, hambre, miseria para todos; para los<br />

productores, para los excavadores, para los pobres trabajadores oprimidos, aplastados por<br />

una carga superior a sus fuerzas, arriba y abajo por las galerías y las escaleras de la fosa.<br />

Cuando Scala terminaba de hablar y los vecinos se levantaban para volver a sus casas<br />

rurales, la luna, alta y casi perdida en el cielo, como si no perteneciera a aquella noche y<br />

fuera la luna de un tiempo muy lejano, después del relato de tantas miserias, iluminando<br />

las dos laderas del valle, hacía que la desolación de este pareciera más mísera y más<br />

lúgubre.<br />

Y cada uno, comenzando a caminar, pensaba que debajo de aquellas laderas así<br />

escuálidamente iluminadas, a cien, doscientos metros bajo tierra, había gente que todavía<br />

se afanaba excavando, pobres hombres trabajando con los picos, sepultados allí abajo, sin<br />

importarles si arriba era de día o de noche, porque para ellos siempre era de noche.<br />

III<br />

Todos, al escucharlo, creían que Scala había ol<strong>vida</strong>do los dolores pasados y no le<br />

importaba ya nada, menos su pedacito de tierra, del cual no se separaba desde hacía años,<br />

ni un solo día.<br />

Del hijo desaparecido, perdido por el mundo, si alguna vez lo sacaba a colación,<br />

porque alguien daba pie a ello, hablaba mal para desahogarse de la ingratitud que le había<br />

demostrado, del duro corazón que había demostrado poseer.<br />

—Si está vivo —concluía—, está vivo solo para él; para mí, ha muerto y ya no pienso<br />

en él.<br />

Así decía, pero ni un campesino de todos los alrededores se iba a América sin que él<br />

fuera a verlo, a escondidas, la víspera de la partida, para entregarle en secreto una carta<br />

dirigida a aquel hijo suyo.<br />

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