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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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pajarito, riendo; y entonces Nàzzaro, furibundo, extendió los brazos y empezó a gritar<br />

como un endemoniado:<br />

—¡Déjenlos! ¡No se arriesguen! ¡Ah, sinvergüenza! ¡Ah, ladrona de Dios! ¡Dejen que<br />

se vayan!<br />

Simone <strong>La</strong>mpo intentó calmarlo:<br />

—Tranquilo, ya no se dejarán coger…<br />

Volvieron a la planta superior, tranquilizados y contentos. Simone <strong>La</strong>mpo se acercó a<br />

un hornillo para encender el fuego y preparar el café; pero Nàzzaro lo sacó con prisa,<br />

cogiéndolo de un brazo.<br />

—¡Qué café, don Simo’! El fuego ya está encendido. Lo he encendido yo por la<br />

noche. ¡Vamos, vamos al otro lado a ver el otro vuelo!<br />

—¿El otro vuelo? —le preguntó Simone, aturdido—. ¿Qué vuelo?<br />

—¡Uno aquí y otro allí! —dijo Nàzzaro—. <strong>La</strong> expiación, por todos los pájaros que se<br />

ha comido. Fuego a la paja, ¿no se lo he dicho? Vamos a ensillar a la burra y lo verá.<br />

Simone <strong>La</strong>mpo vio pasar una llamarada ante sus ojos. Temió haber entendido. Aferró<br />

a Nàzzaro por los brazos y, sacudiéndolo, le gritó:<br />

—¿Qué has hecho?<br />

—He quemado el trigo de su finca —le contestó Nàzzaro tranquilamente.<br />

Simone <strong>La</strong>mpo se alteró, al principio; luego, transfigurado por la ira, se arrojó contra<br />

el loco.<br />

—¿Tú? ¿Has quemado mi trigo? ¡Asesino! ¿Hablas en serio? ¿Me has quemado el<br />

trigo?<br />

Nàzzaro le dio un empujón iracundo.<br />

—Don Simo’, ¿a qué juego jugamos? ¿Cuántas caras tiene usted? Fuego a la paja, me<br />

dijo. ¡Y yo le he prendido fuego a la paja, por su alma!<br />

—¡Pero ahora te mando a la cárcel! —rugió Simone <strong>La</strong>mpo.<br />

Nàzzaro estalló en una gran carcajada y le dijo, a las claras y firme:<br />

—¡Usted está loco! Su alma, ¿eh? ¿Así quiere salvar su alma? ¡Nada, don Simo’! No<br />

hacemos nada.<br />

—¡Pero tú me has arruinado, asesino! —gritó Simone <strong>La</strong>mpo con otro tono de voz,<br />

ahora casi llorando—. ¿Podía acaso imaginarme que querías decir esto? ¿Quemarme el<br />

trigo? ¿Y qué hago ahora? ¿Cómo pago el diezmo? El diezmo que pesa sobre la finca…<br />

Nàzzaro lo miró con aire de compasión desdeñosa:<br />

—¡Niño! Venda la casa, que no le sirve de nada, y libre a la finca del diezmo. Se hace<br />

rápido.<br />

—Sí —rio Simone <strong>La</strong>mpo—. Y mientras tanto, ¿qué como yo, sin pájaros y sin trigo?<br />

—Yo me encargo —le contestó Nàzzaro, con seriedad plácida—. ¿No tengo que<br />

quedarme con usted? Tenemos la burra, tenemos la tierra, zaparemos y comeremos.<br />

¡Ánimo, don Simo’!<br />

Simone <strong>La</strong>mpo se quedó asombrado, admirando la confianza serena de aquel loco,<br />

que frente a él, tenía una mano levantada en un gesto de despreocupación desdeñosa y<br />

una bella risa de indiferencia perspicaz, en los ojos claros y en la espesa barba<br />

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