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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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con el agua del río, y buenas noches.<br />

Por el momento estaba allí, comido por las moscas y por el aburrimiento, bajo el<br />

calor ardiente del sol, esperando aquella primera carga. Un muerto.<br />

¿O quizás, después de más de media hora de espera, apareció el muerto a través de<br />

otro portón, al lado opuesto de la calle?<br />

—Que te… (al muerto) —musitó entre dientes, llegando con la carroza, mientras los<br />

sepultureros, jadeantes bajo el peso de un pobre ataúd vestido de muselina negra,<br />

ribeteada de cordón blanco, blasfemaban y protestaban.<br />

—Que te…(a él).<br />

—Que te dé algo.<br />

—¿No te habían dado el número del portón?<br />

Scalabrino dio la vuelta sin hablar; esperó a que ellos abrieran la puerta e introdujeran<br />

la carga en la carroza.<br />

—¡Vamos!<br />

Y se movió lentamente, al paso, como había venido: aún con el pie levantado sobre el<br />

guardabarros delantero y el sombrero de copa hasta la nariz.<br />

<strong>La</strong> carroza estaba <strong>desnuda</strong>. Ni un lazo, ni una flor.<br />

Detrás, solamente una acompañante.<br />

Llevaba un grueso velo negro, de misa, sobre el rostro; un vestido oscuro, de<br />

muselina rasada, con florecitas amarillas, y tenía una sombrilla pequeña, clara, chillona<br />

bajo el sol, abierta y apoyada en el hombro.<br />

Acompañaba al muerto, pero se resguardaba del sol con la sombrilla. Y tenía la<br />

cabeza baja, casi más por vergüenza que por aflicción.<br />

—¡Buen paseo, Rosí! —le gritó el vendedor, que se había puesto de nuevo en el<br />

umbral de la tienda. Y acompañó el saludo con una risa vulgar, meneando la cabeza.<br />

<strong>La</strong> acompañante se giró a mirarlo a través del velo; levantó la mano con el mitón de<br />

punto para hacerle una señal de saludo; luego la bajó para cogerse el vestido desde atrás y<br />

enseñó los zapatos destalonados. Pero llevaba mitones de punto y sombrilla.<br />

—Pobre don Bernardo, como un perro —dijo fuerte alguien, desde la ventana de una<br />

casa.<br />

El vendedor miró hacia arriba, siempre meneando la cabeza.<br />

—Un profesor, solamente con su sirvienta detrás… —gritó otra voz, de vieja, desde<br />

otra ventana.<br />

Bajo el sol, aquellas altas voces sonaban extrañas en el silencio de la calle desierta.<br />

Antes de girar, Scalabrino pensó en proponerle a la acompañante que alquilara una<br />

carroza para ir más rápido, ya que ningún perro había venido a seguir aquel cortejo<br />

fúnebre.<br />

—Con este sol… a esta hora…<br />

Rosina sacudió la cabeza bajo el velo. Había jurado que acompañaría al dueño, a pie,<br />

hasta el principio de Via San Lorenzo.<br />

—¿Pero el dueño te ve?<br />

¡Nada! Juramento. Si acaso, la cogería allí arriba, hasta Campoverano.<br />

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