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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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opiniones y sentimientos, y nos provocan cambios muy sensibles y duraderos en el alma.<br />

¿Un obispo a pie? Desde que el obispado se erigía como una fortaleza en lo alto del<br />

pueblo, todos los montelusanos siempre habían visto a sus obispos bajar en carroza por la<br />

avenida del Paraíso. Pero monseñor Partanna, desde el primer día en que tomó posesión,<br />

dijo que lo importante del obispado no es el título honorífico, sino el alto deber que<br />

implica. Y abandonó la carroza, licenció a cocheros y lacayos, vendió caballos y<br />

vestiduras, inaugurando la más grande tacañería.<br />

Al principio pensamos:<br />

«Querrá ahorrar. Tiene muchos parientes pobres en su Pisanello natal».<br />

Hasta que un día vino, de Pisanello a Montelusa, uno de esos parientes pobres, un<br />

hermano de monseñor Partanna precisamente, padre de nueve hijos, a suplicarle de<br />

rodillas con las palmas de las manos juntas, como se reza a los santos, que lo ayudara, al<br />

menos a pagar los médicos que tenían que operar a su mujer moribunda. No quiso darle<br />

dinero ni para pagarse el retorno a Pisanello. Y todos lo vimos, todos oímos lo que el<br />

pobre hombre dijo apenas bajó del obispado, con los ojos henchidos de lágrimas y la voz<br />

rota por los sollozos, en el Café Pedoca.<br />

Ahora, la diócesis de Montelusa, está bien saberlo, es una de las más ricas de Italia.<br />

¿Qué quería hacer monseñor Partanna con sus rentas, si negaba con tanta dureza un<br />

socorro tan urgente a los suyos de Pisanello?<br />

Marco Mèola nos reveló el secreto.<br />

Recuerdo como si fuera hoy (podría pintarlo) aquella mañana que nos convocó a<br />

todos, a nosotros liberales de Montelusa, a la plaza delante del Café Pedoca. Le<br />

temblaban las manos y, al erizarse, los mechones de su cabellera leonina lo obligaban más<br />

de lo habitual a calzarse con manotazos furiosos el sombrero flojo, que nunca quería<br />

quedarse aposentado en su cabeza. Estaba pálido y fiero. Un bramido de desdén le hacía<br />

arrugar la nariz de vez en cuando.<br />

<strong>La</strong> memoria de la corrupción sembrada en los campos y en todo el pueblo por los<br />

padres redentoristas, con las prédicas y la confesión, aún vive horrenda en las almas de<br />

los viejos montelusanos; como el recuerdo del espionaje, de las traiciones obradas por los<br />

redentoristas en los años nefandos de la tiranía borbónica, de la cual secretamente habían<br />

sido instrumento.<br />

Pues bien, monseñor Partanna quería que los redentoristas volvieran a Montelusa, los<br />

redentoristas echados con furia del pueblo cuando estalló la revolución. 6<br />

Para ello acumulaba las rentas de la diócesis.<br />

Y era un desafío a nosotros, montelusanos, que no habíamos podido demostrar de<br />

otra manera el amor ardiente por la libertad, más que con aquella expulsión de los frailes,<br />

ya que al primer anuncio de la entrada de Garibaldi en Palermo la policía se había<br />

disuelto y con ella los escasos soldados borbónicos de presidio en Montelusa.<br />

Monseñor Partanna quería debilitar aquella única gloria nuestra.<br />

Nos miramos todos a los ojos, ardientes de ira y de desdén. Había que impedir a toda<br />

costa que tal propósito se hiciera efectivo. Pero, ¿cómo impedirlo?<br />

Pareció que desde aquel día el cielo huyera de Montelusa. <strong>La</strong> ciudad estaba de luto.<br />

Todos sentimos el obispado, allí arriba, donde aquel anidaba su propósito y día tras día<br />

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