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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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—Titina, el dedal —le sugirió, en este punto, el padre.<br />

—Ah, sí, señor —empezó a decir la hija, desahogándose con un suspiro—. ¡Yo tenía<br />

un dedal de plata, recuerdo de mi abuela, que en paz descanse! Lo guardaba como oro en<br />

paño. ¡Un día lo busco en el bolsillo y no lo encuentro! Lo busco por toda la casa y no lo<br />

encuentro! Tres días buscándolo, casi pierdo la cabeza también. ¡Nada! Cuando una<br />

noche, mientras estaba en la cama, bajo el mosquitero…<br />

—¡Porque también hay mosquitos en aquella casa, señor abogado! —interrumpió la<br />

madre.<br />

—¡Y qué mosquitos! —apoyó el padre, entornando lo ojos y meciendo la cabeza.<br />

—Oigo —retomó la hija—. Oigo algo que salta sobre el techo del mosquitero…<br />

En este punto el padre la hizo callar con un gesto de la mano. Tenía que atacar él. Era<br />

una función orquestada.<br />

—¿Sabe, señor abogado? Como se hacen saltar las pelotas de goma: se les da un<br />

golpecito y vuelven a la mano.<br />

—Luego —continuó la hija—, como lanzado más fuerte, mi dedal salta del techo del<br />

mosquitero al techo de la habitación y cae al suelo, abollado.<br />

—Abollado —repitió la madre.<br />

Y el padre:<br />

—¡Abollado!<br />

—Bajo de la cama, temblando, para recogerlo y, apenas me agacho, como siempre,<br />

del techo…<br />

—Risas, risas, risas… —terminó la madre.<br />

El abogado Zummo se quedó pensando, cabizbajo y con las manos anudadas tras la<br />

espalda, luego se sacudió, miró a los tres clientes a los ojos, se rascó la cabeza con un<br />

dedo y dijo con una risita nerviosa:<br />

—¡Espíritus burlones, entonces! Continúen, continúen… me divierto.<br />

—¿Burlones? ¿Pero qué dice, señor abogado? —continuó la mujer—. ¡Espíritus<br />

infernales, diga mejor usted! Tirarnos las mantas de la cama; sentarse en el estómago, de<br />

noche; pegarnos en la espalda; aferrarnos por los brazos, y además mover todos los<br />

muebles, hacer sonar cascabeles, como si, ¡Dios nos libre y proteja!, hubiera un<br />

terremoto; envenenarnos la comida, tirando ceniza en las ollas y en las cacerolas…<br />

¿Usted los define como burlones? ¡Ni el cura ni el agua bendita han podido con ellos!<br />

Entonces hablamos con Granella, suplicándole que nos liberara del contrato, porque no<br />

queríamos morirnos allí, del susto, del terror… ¿Y sabe qué nos contestó aquel asesino?<br />

¡Historias! Nos contestó. ¿Los espíritus? Coman, dice, buenos bistecs, dice, y curen sus<br />

nervios. Lo hemos invitado a ver con sus ojos, a oír con sus oídos. Nada. No ha querido<br />

saber nada, es más, nos ha amenazado: «¡Tengan mucho cuidado», ha dicho, «de no hacer<br />

correr la voz, o les fulmino!». Precisamente así.<br />

—¡Y nos ha fulminado! —concluyó el marido, sacudiendo la cabeza amargamente—.<br />

Ahora, señor abogado, nos ponemos en sus manos. Usted puede confiar en nosotros,<br />

somos personas de bien: sabremos cumplir con nuestro deber.<br />

El abogado Zummo fingió, como siempre, que no había oído estas últimas palabras:<br />

se estiró durante un buen rato las puntas del bigote, luego miró al reloj. El nuevo ding<br />

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