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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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más entrar, se paró de golpe. Al destello tenue que se filtraba por las compuertas, le<br />

pareció percibir algo, como una sombra, que se movía en la cama, arrastrándose hasta<br />

desaparecer. Los pelos se le erizaron en la frente, le faltó voz para gritar. De un salto<br />

alcanzó el balcón, lo abrió, se giró y se le desencajaron los ojos y la boca, por el espanto,<br />

mientras agitaba las manos en el aire. Sin aliento, sin voz, temblando y encogido por el<br />

terror, corrió a la ventana de la cocina.<br />

—¡Arriba… arriba, suban! ¡Lo han matado! ¡Lo han asesinado!<br />

—¿Asesinado? ¡Cómo! ¿Qué dice? —exclamaron los cuatro que esperaban<br />

ansiosamente, lanzándose juntos para subir. El muchacho quiso ir delante, gritando:<br />

—¡Despacio por la escalera! ¡Uno a uno!<br />

Asombrado, sorprendido, don Mattia se cogía la cabeza con las dos manos, aún con la<br />

boca abierta y con los ojos llenos de aquella horrenda visión.<br />

Don Filippino yacía en la cama con la cabeza descolgada, hundido en la almohada<br />

como por un estiramiento espasmódico y mostraba la garganta desgarrada y<br />

ensangrentada: todavía tenía las manos levantadas, aquellas manitas que ni se veían, y<br />

ahora parecían tan horrendas, tan descompuestamente rígidas y lí<strong>vida</strong>s.<br />

Don Mattia y los cuatro campesinos lo miraron un rato, aterrorizados; de repente, los<br />

cinco se sobresaltaron por un ruido que llegó de debajo de la cama: sus miradas se<br />

cruzaron y uno de ellos se agachó a mirar.<br />

—¡<strong>La</strong> mona! —dijo con un suspiro de alivio y casi le dio por reírse.<br />

Los otros cuatro, entonces, se agacharon ellos también para verla.<br />

Tita, acurrucada debajo de la cama, cabizbaja y con los brazos cruzados en el pecho,<br />

viendo a aquellos cinco que la examinaban, así agachados y trastornados, tendió las<br />

manos a las tablas de la cama y saltó varias veces con pequeños brincos, luego puso la<br />

boca en forma de «o» y emitió un sonido amenazador:<br />

—Chhhh…<br />

—¡Mirad! —gritó entonces Scala—. Sangre… Tiene las manos… el pecho<br />

ensangrentados… ¡Ella lo ha matado!<br />

Se acordó de lo que le había parecido percibir al entrar y afirmó, convencido:<br />

—¡Ella, sí! ¡<strong>La</strong> he visto yo, con mis ojos! Estaba en la cama…<br />

Y mostró a los cuatro campesinos horrorizados las heridas en las mejillas y en la<br />

barbilla del pobre muerto:<br />

—¡Mirad!<br />

¿Pero cómo había sido? ¿<strong>La</strong> mona? ¿Era posible? ¿Aquel animalito que don Filippino<br />

tenía consigo noche y día desde hacía tantos años?<br />

—¿Estaría enfadada por algo? —observó uno de los jornaleros, asustado.<br />

Los cinco hombres, a un tiempo, con el mismo pensamiento se apartaron de la cama.<br />

—¡Esperad! Un bastón… —dijo don Mattia.<br />

Y buscó con los ojos en la habitación si había alguno o si encontraba al menos un<br />

objeto que pudiera sustituirlo.<br />

El muchacho cogió una silla por el respaldo y se agachó, pero los otros, tan inermes,<br />

sin resguardo, tuvieron miedo y le gritaron:<br />

—¡Espera! ¡Espera!<br />

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