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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Verdaderamente, la magnificencia de las cajas y la solemnidad de la pompa podrían<br />

hacer suponer que los hombres tuvieran que saber algo sobre estas expediciones. Pero yo<br />

los veo demasiado inseguros y sorprendidos. Y del largo trato que tengo con ellos, he<br />

sacado esta conclusión: ¡que los hombres hacen tantas cosas sin saber en absoluto por qué<br />

las hacen, querido mío!».<br />

Como Fofo había deducido aquella mañana de las blasfemias del mozo de cuadra:<br />

gualdrapas, lazos y penachos. Tiros a cuatro. Era realmente una expedición de primera<br />

clase.<br />

«¿Has visto? ¿No te lo decía yo?»<br />

Nero se vio atado al timón con Fofo. Y Fofo, naturalmente, continuó fastidiándolo<br />

con sus eternas explicaciones.<br />

Pero él también, aquella mañana, estaba molesto por el abuso del mozo, que en los<br />

tiros a cuatro lo ataba siempre al timón y nunca a la traviesa.<br />

«¡Qué perro! Porque, tú lo entiendes bien, estos dos aquí delante son figurantes.<br />

¿Tiran? ¡Un cuerno, tiran! Tiramos nosotros. ¡Vamos tan despacio! Ahora dan un bonito<br />

paseo para desentumecerse las piernas, vestidos de gala. ¡Y mira tú qué clase de animales<br />

me toca ver que son los preferidos! ¿Los reconoces?».<br />

Eran aquellos dos árabes que Fofo había calificado como caballo de médico y<br />

caballito calabrés.<br />

«¡Este calabrés! ¡Por suerte, tú lo tienes delante! Ya verás, querido: te darás cuenta de<br />

que no tiene solamente las orejas de cerdo, y le darás las gracias al mozo de cuadra, que<br />

lo protege y le da doble ración de forraje. Se necesita suerte en este mundo; no espurrees.<br />

¿Ya empiezas? ¡Quieto con la cabeza! Ih, si sigues así, hoy, querido mío, con arranques<br />

de bridas, te harán sangre en la boca, te lo digo yo. Hoy habrá discursos. ¡Ya verás qué<br />

alegría! Un discurso, dos discursos, tres discursos… ¡Me ha ocurrido, incluso, el caso de<br />

una primera clase con cinco discursos! Una locura. Tres horas parado, con todos estos<br />

oropeles encima, que te cortan la respiración: las piernas maneadas, la cola aprisionada,<br />

las orejas entre dos agujeros. ¡Alegre, con las moscas que te comen los bajos! ¿Qué son<br />

los discursos? ¡Bah! Entiendo muy poco, en verdad. Estas de primera clase tienen que ser<br />

expediciones muy complicadas. Y quizás las explican con estos discursos. Uno no basta y<br />

hacen dos; no bastan dos y hacen tres. Llegan a hacer hasta cinco, como te he dicho: me<br />

he encontrado yo en esta situación, me venían ganas de disparar patadas, querido mío, por<br />

doquier, y luego de ponerme a rodar por el suelo como un loco. Tal vez hoy será igual.<br />

¡Gran gala! ¿Has visto cómo también el cochero se ha arreglado? Y también hay<br />

sirvientes, hacheros. Dime, ¿tú eres umbroso?».<br />

«No entiendo».<br />

«Vamos, ¿te enfadas fácilmente? Porque verás que en breve te pondrán cirios<br />

encendidos prácticamente debajo de la nariz… ¡Despacio… despacio! ¿Qué te pasa?<br />

¿Ves? Un primer arranque… ¿Te ha hecho daño? Eh, recibirás muchos hoy, te lo digo yo.<br />

Pero, ¿qué haces? ¿Estás loco? ¡No alargues tanto el cuello! (Muy bien, bonito, ¿nadas?<br />

¿Juegas a la morra?). Quédate parado… ¿Ah, sí? Toma más… ¡Cuidado, que me arrancan<br />

la boca a mí también! ¡Este está loco! ¡Dios, Dios, está loco de verdad! Jadea, relincha,<br />

hace la rosca, ¿qué pasa? ¡Mira qué alegría! ¡Está loco! ¡Está loco! ¡Suelta coces, tirando<br />

de un carro de primera clase!».<br />

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