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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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dicen.<br />

Pero Raffaella Òsimo lo había dicho y lo había hecho.<br />

En vano, entonces, las buenas monjas asistentes habían intentado consolarla con la fe;<br />

ella había hecho lo que hacía también ahora: escuchaba atenta, sonreía, decía que sí; pero<br />

era evidente que el nudo que le apretaba el corazón no desaparecía ni se aflojaba por<br />

aquellas exhortaciones.<br />

Nada la estimulaba a esperar algo de la <strong>vida</strong>: reconocía que se había ilusionado, que<br />

el verdadero engaño le había llegado más de la inexperiencia, de su naturaleza apasionada<br />

y crédula, que del joven a cuyos brazos se había abandonado y que nunca podría ser suyo.<br />

Pero no, no podía resignarse.<br />

Si para los demás su historia no tenía nada de peculiar, no era por eso menos dolorosa<br />

para ella. ¡Había sufrido tanto! Primero el dolor de ver matar a su propio padre, a traición;<br />

después, la caída imparable de todas sus aspiraciones.<br />

Era una pobre costurera, ahora, traicionada como muchas otras, abandonada como<br />

muchas otras; pero un día… Sí, es cierto, las otras también decían lo mismo: «Pero un<br />

día…», y mentían, porque a los miserables, a los vencidos, la necesidad de mentir les<br />

surge espontánea, en el pecho oprimido.<br />

Pero Raffaella Òsimo no mentía.<br />

Aún joven, se hubiera sacado la licencia de maestra, si su padre, que le pagaba los<br />

estudios con tanto amor, no le hubiera faltado así de repente, en Calabria, asesinado, no<br />

por odio directo, sino durante las elecciones políticas, a manos de un sicario desconocido,<br />

pagado sin duda por la facción adversaria al barón Barni, del cual él era secretario atento<br />

y fiel…<br />

Barni, tras ser elegido diputado, como ella era también huérfana de madre y estaba<br />

sola, para quedar bien frente a los electores con un acto de caridad, la había acogido en su<br />

casa.<br />

Así había llegado a Roma, en un estado incierto: la trataban como si fuera de la<br />

familia, pero entre tanto ejercía de niñera de los hijos menores del barón y también un<br />

poco de dama de compañía de la baronesa. Sin sueldo, por supuesto.<br />

Ella trabajaba: Barni se adjudicaba el mérito de la caridad.<br />

¿Pero qué le importaba, en aquel entonces? Trabajaba con todo el corazón, para<br />

adquirir la benevolencia paterna de quien la hospedaba, con una esperanza secreta: que<br />

aquellos amorosos cuidados (es decir, aquellos servicios sin retribución), después del<br />

sacrificio del padre, valdrían para vencer la oposición que quizás el barón le mostraría a<br />

su hijo mayor, Riccardo, cuando él, como ya le había prometido, le declarara el amor que<br />

sentía por ella. Oh, Riccardo estaba segurísimo de que su padre aceptaría de buena gana,<br />

pero tenía apenas diecinueve años, era estudiante de instituto, no se sentía con el coraje de<br />

confesar sus sentimientos a sus padres, mejor esperar unos años.<br />

Ahora, esperando… ¿Pero allí, sería posible? En la misma casa, siempre cerca, entre<br />

tantos halagos, después de tantas promesas, con tantos juramentos de por medio.<br />

<strong>La</strong> pasión la había cegado.<br />

Cuando, al final, el error ya no había podido esconderse más, ¡la habían echado! Sí, la<br />

habían echado, podía decir, sin ninguna misericordia, sin ningún respeto ni por su estado.<br />

Barni le había escrito a una vieja tía de ella, para que viniera a recogerla de vuelta y se la<br />

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