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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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De repente (ya habían llegado los primeros días de septiembre) se difundió en<br />

Chianciano la noticia de que el caballero Gori se iba a Roma, solo. Los comentarios<br />

fueron infinitos y el estupor, mayúsculo.<br />

¿Qué había pasado?<br />

Algunos decían que miss Galley había descubierto que él estaba casado y que se<br />

había separado de su mujer; otros, que Gori, después de subir de un salto al séptimo cielo,<br />

había necesitado todo aquel tiempo para bajar con amabilidad y aferrar el botín, que al ser<br />

apretado, se había descubierto delgado y desplumado; otros querían sostener que no<br />

habían roto, que miss Galley alcanzaría a su novio en Roma; y otros, finalmente, que Gori<br />

volvería a Chianciano en pocos días para volver a irse a Florencia con la esposa. Pero los<br />

de la Pensión Ronchi aseguraban que la aventura se había realmente terminado, hasta el<br />

punto de que miss Galley no había bajado aquel día a comer y que Gori se había mostrado<br />

muy turbado en la mesa.<br />

Todas estas conversaciones se entrelazaban en la plaza donde se jugaba a fútbol,<br />

donde la colonia entera de bañistas y muchos habitantes del pueblo se habían reunido para<br />

asistir a la partida de Gori.<br />

Cuando la carroza salió de la entrada del pueblo, todos se pusieron en el pretil de la<br />

plaza.<br />

Gori, en el vehículo, leía tranquilamente el diario. Pasando por la parte inferior de la<br />

plaza, levantó los ojos, como para gozar él, actor, del espectáculo de tantos espectadores.<br />

Pero, de pronto, detrás de la pequeña Arena que surge en medio de la plaza se levantó<br />

un aullido furibundo de una turba de perros peleándose, enredados en una mezcla feroz.<br />

Todos se giraron a mirar, algunos apartándose por miedo, otros acudiendo con los<br />

bastones levantados.<br />

En medio de aquel enredo estaba Pallino con su Mimì, Pallino y Mimì que, entre la<br />

envidia y los celos terribles de sus compañeros, habían conseguido por fin celebrar sus<br />

nupcias.<br />

<strong>La</strong>s señoras fruncían el ceño, los hombres hacían muecas, cuando, precedida por un<br />

tropel de golfillos, miss Galley se precipitó en la plaza, hecha una furia, encrespada por el<br />

viento y la carrera, con el sombrero en la mano y los ojos hinchados y rojos del llanto.<br />

—¡Mimì! ¡Mimì! ¡Mimì!<br />

A la vista del horrible tormento, levantó los brazos, alterada, luego se cubrió el rostro<br />

con las manos, dio media vuelta y volvió a subir al pueblo con la misma furia con que<br />

había bajado. Al volver a la pensión, hecha una fiera, se arrojó contra Ronchi, contra los<br />

camareros, con las manos convertidas en garras, casi como si quisiera devorarlos; se<br />

contuvo con dificultad, estrangulada por la rabia, ronca, sin poder articular palabra. Ya<br />

antes había perdido la voz, gritando al darse cuenta (¡después de tantos días!) de que<br />

Mimì no era vigilada, que Mimì no estaba en casa y que no se sabía dónde estaba. Subió a<br />

su habitación, cogió y metió todas sus pertenencias en el baúl y en las maletas, ordenó un<br />

carruaje de dos caballos, para que la llevara enseguida, enseguida, a la estación de Chiusi,<br />

porque no quería quedarse más en Chianciano, ni una hora, ni un minuto más.<br />

A punto de partir, le fue llevada la pobre Mimì, más muerta que viva, por aquellos<br />

mismos golfillos que habían corrido con ella en busca de la perrita, exultantes por la<br />

esperanza de una buena propina. Pero miss Galley, trastornada por la ira, la rechazó con<br />

un empujón muy violento, con el rostro desencajado.<br />

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