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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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la esclavina, cogía el lápiz dermográfico que le daba el profesor y se agachaba sobre ella<br />

para descubrirle, con manos no muy seguras, el pecho.<br />

Raffaella Òsimo cerró los ojos por la vergüenza de aquel escuálido pecho suyo,<br />

expuesto a las miradas de tantos jóvenes, allí, alrededor de la mesa. Sintió una mano fría<br />

que se le posaba sobre el corazón.<br />

—<strong>La</strong>te demasiado… —dijo enseguida la señorita, con evidente acento exótico,<br />

retirando la mano.<br />

—¿Cuánto lleva en el hospital? —le preguntó el profesor.<br />

Raffaella contestó, sin abrir los ojos; pero con los párpados que le ardían, con rabia:<br />

—Treinta y dos días. Ya casi estoy curada.<br />

—Escuche si hay soplo anémico —retomó el profesor, pasando el estetoscopio a la<br />

estudiante.<br />

Raffaella sintió sobre el pecho el frío del instrumento. Luego oyó la voz de la señorita<br />

que decía:<br />

—Soplo, no… Palpitación, demasiada.<br />

—Vamos, proceda con la percusión… —añadió entonces el profesor.<br />

A los primeros golpes, Raffaella inclinó la cabeza hacia un lado, apretó los dientes e<br />

intentó abrir los ojos; los volvió a cerrar enseguida, haciendo un esfuerzo violento para<br />

contenerse. De vez en cuando, como la estudiante suspendía un poco la percusión para<br />

marcar, debajo del dedo anular, una breve línea con el lápiz mojado en un vaso de agua<br />

que otro estudiante le sostenía, ella soplaba penosamente por la nariz el aliento retenido.<br />

¿Cuánto duró aquel suplicio? Y él estaba siempre allí, en la ventana… ¿Por qué el<br />

profesor no lo llamaba? ¿Por qué no lo invitaba a ver el corazón de ella, que su rubia<br />

compañera trazaba poco a poco sobre aquel escuálido pecho, reducido por él a aquel<br />

estado?<br />

Por fin la percusión había terminado. Ahora la estudiante juntó todas las líneas para<br />

terminar el dibujo. Raffaella tuvo la tentación de mirar aquel corazón suyo, allí dibujado;<br />

pero, de pronto, no pudo aguantar más y prorrumpió en sollozos.<br />

El profesor, molesto, la envió de vuelta al pasillo, ordenando a la jefe de sala que<br />

trajera a otra enferma, menos histérica y menos tonta que aquella.<br />

Òsimo soportó sin inmutarse los reproches de la jefe de sala y volvió a su cama,<br />

esperando, temblando, a que todos los estudiantes salieran de la sala.<br />

¿Él la buscaría con los ojos, al menos, cuando atravesara el pasillo? Pero no, no: ¿qué<br />

le importaba ahora? Ni levantaría la cabeza para no dejarse ver. Él no tenía que verla<br />

jamás. Le bastaba con haberle hecho ver a qué se había reducido por su culpa.<br />

Cogió el borde de la sábana y se la subió hasta la cara, como si hubiera muerto.<br />

Durante tres días Raffaella Òsimo vigiló con atención que la marca del corazón no se<br />

le borrara del pecho.<br />

Una vez fuera del hospital, frente a un pequeño espejo, en su pobre habitación, se<br />

clavó un afilado estilete, que estaba colgado en la pared, allí, en medio de la marca que la<br />

inconsciente rival le había trazado.<br />

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