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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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AGUA AMARGA<br />

Aquella mañana había poca gente en el parque que rodeaba las termas. El verano<br />

estaba a punto de acabarse.<br />

En dos sillas cercanas, en una encrucijada bajo los altos plátanos, había un joven<br />

pálido, casi amarillo —tan delgado que inspiraba piedad dentro de aquel traje nuevo,<br />

claro, cuyos pliegues, al ser demasiado amplios, recién planchados, caían todos en zig-zag<br />

—, y un hombre de unos cincuenta años, con un traje de tela solo arrugado donde la<br />

exagerada gordura no lo estiraba hasta hacerlo explotar, y un viejo y deformado sombrero<br />

de jipijapa, que le cubría la cabeza rapada.<br />

Ambos sostenían por el mango los vasos aún llenos de la tibia agua alcalina, recién<br />

cogida de la fuente.<br />

El hombre gordo, todavía trastornado por los estrepitosos ronquidos que había tenido<br />

que expulsar por la nariz durante toda la noche, entornaba de vez en cuando, en la cara de<br />

satisfecho padre abad, los ojos atontados por el sueño. El joven delgado, expuesto al aire<br />

cortante de la mañana, sentía frío e incluso sufría escalofríos.<br />

Ni el uno ni el otro se decidían a beber y parecía que cada uno esperara a que el otro<br />

diera el primer paso. Finalmente, después del sorbo inicial, se miraron con los ojos<br />

contraídos por la misma expresión de náusea.<br />

—¿El hígado, eh? —le preguntó de pronto el hombre gordo al joven, despacio,<br />

estremeciéndose—. ¿Cólicos hepáticos, eh? Usted tiene esposa, me imagino…<br />

—No, ¿por qué? —le preguntó a su vez el joven, haciendo una mueca pese a la<br />

intención de sonrisa.<br />

—Me parecía, así por el aire… —suspiró el otro—. Pero si no tiene esposa, quédese<br />

tranquilo: ¡usted se curará!<br />

El joven volvió a sonreír como antes.<br />

—¿Usted sufre problemas de hígado? —preguntó luego, con delicadeza.<br />

—¡No, no, ya no tengo esposa! —contestó rápidamente el hombre gordo, con<br />

seriedad—. Sufría del hígado, pero, gracias a Dios, me he librado de mi esposa y me he<br />

curado. Vengo aquí, desde hace trece años, por gratitud. Perdone, usted, ¿cuándo ha<br />

llegado?<br />

—Ayer por la noche, a las seis —dijo el joven.<br />

—¡Ah, por eso! —exclamó el otro, entornando los ojos y meciendo el cabezón—. Si<br />

hubiera llegado por la mañana, ya me conocería.<br />

—¿Yo… lo conocería?<br />

—Sí, como me conocen todos, aquí. ¡Soy famoso! Mire, en la Piazza dell’Arena, en<br />

todos los hoteles, en todas las pensiones, en el Círculo, en el Café de Pedoca, en la<br />

farmacia, desde hace trece años, estación por estación, no se habla más que de mí. Yo lo<br />

sé y me complace y vengo aquí a propósito. ¿Usted dónde se aloja? ¿En Rori? Bravo.<br />

Puede estar seguro de que hoy, en la mesa de Rori, le contarán mi historia. Me adelanto,<br />

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