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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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del trabajo de ella. A Nenè también le pareció que aquel dinero dejado allí, en la cómoda,<br />

por la dueña de la tienda le había sido dado como limosna a ella que había trabajado, no<br />

porque lo mereciera, sino solamente por respeto hacia su hermana que estaba en la cama y<br />

hacia su madre que no podía moverse del sillón. En verdad, esto había dicho la señora<br />

Elvira. ¿Entonces, ella no merecía consideración alguna, por sí misma, reducida a aquel<br />

estado, peor que una sirvienta? ¡Sí, señores! Por desgracia, a Adelaide se le escapó un<br />

suspiro en forma de pregunta:<br />

—¿Y ahora, cómo hacemos?<br />

—¿Cómo hacemos? —contestó agria Nenè—. Hacemos así: me tumbo yo también y<br />

las tres nos quedamos mirando, desde la cama, cómo llueve.<br />

Tin tin tin. De nuevo la puerta. ¿Otra visita? <strong>La</strong> providencia, esta vez.<br />

Una amiga de Nenè. Una larguirucha miope, de cuello muy largo y pelirroja, con los<br />

ojos ovalados y la boca de tiburón. ¡Pero era tan buena, pobrecita! Hacía más de un año<br />

que no la veían. Ahora venía alegre, bien vestida, para anunciarle a su amiga su inminente<br />

matrimonio. Se casaba —ella también se casaba— y parecía que no se lo creyera.<br />

Apretaba fuerte los brazos de Nenè, al darle la noticia, y reía (¡con aquella boca!) y de<br />

milagro no saltaba de la alegría, sin pensar que allí, en aquella habitación abandonada,<br />

había dos pobres enfermas y que su amiga, mucho más joven, mucho más hermosa que<br />

ella… ¡Oh, pero había venido con un buen propósito! Sabía de las enfermedades, sabía de<br />

las angustias y enseguida había pensado en su Nenè. Sí, para encargarle las bolsitas para<br />

las peladillas. Quería que se las preparara ella. Y las quería hermosas, hermosas, sin<br />

reparar en gastos. Pagaba el novio.<br />

—¡Tiene un empleo estupendo, sabes! Es secretario en el ministerio de la guerra. Y<br />

solo tiene un año menos que yo. Es un joven guapo, sí. ¡Mira!<br />

Llevaba una foto, justamente para enseñársela a Nenè. Guapo, ¿eh? Y tan bueno, y<br />

tan enamorado: ¡uh, loco! <strong>La</strong> boda se celebraría en una semana. Entonces era necesario<br />

que aquellas bolsitas se hicieran rápidamente.<br />

Habló siempre ella, durante la media hora en que se quedó en casa de su amiga. No<br />

podía quedarse más, ya era tarde: a las cinco y media el novio salía del ministerio y<br />

volaba a verla y habría problemas si no la encontraba en casa.<br />

—¿Es celoso?<br />

—¡No, Dios me libre! No es celoso, pero no quiere perder ni un minuto, ¿entiendes?<br />

Oye, Nenè mía, sin ceremonias: seguramente necesitarás un adelanto para los gastos…<br />

—No, querida —le dijo Nenè enseguida—, no necesito nada. Vete tranquila.<br />

—¿Seguro? Entonces quedamos así, cien bolsitas, ¿eh?<br />

—Claro, para servirte. ¡Y felicidades!<br />

<strong>La</strong> novia corrió a besar a la señora Maddalena, luego a Adelaide; besó y volvió a<br />

besar a Nenè, besos de corazón. Y se fue.<br />

<strong>La</strong>s tres mujeres, esta vez, no volvieron a mirarse a los ojos. <strong>La</strong> madre los cerró,<br />

mientras los labios le ardían por el llanto. Adelaide los levantó hacia el techo, con la<br />

mirada perdida. Poco después Nenè estalló en una carcajada fragorosa.<br />

—¡Guapo, de verdad, aquel novio!<br />

—¡Suerte! —suspiró la madre, desde el sillón.<br />

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