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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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PALLINO Y MIMÌ<br />

Lo llamaron Pallino porque, al nacer, parecía una pelota. 15<br />

De toda la camada, que fue de seis, se salvó él solo, gracias a las oraciones insistentes<br />

y a la tierna protección de los chicos.<br />

Papá Colombo, como ya no podía ir a cazar (su pasión), no deseaba ni perros en casa:<br />

aquellos cachorros quería verlos muertos. ¡Ojalá hubiera muerto también Vespina, la<br />

madre de ellos, que le recordaba las bellas cazas de antaño, cuando él todavía no sufría<br />

por el maldito reumatismo y la maldita artritis que lo habían retorcido como un garfio!<br />

En Chianciano el viento soplaba también durante los meses cálidos: unas ráfagas de<br />

lebeche que embestían con tal ímpetu las casas que podían destrozarlas e incluso<br />

llevárselas. ¡Imagínese en invierno! Todos en la cocina, apretados y agazapados, de la<br />

mañana a la noche en el rincón del fuego, bajo la capa, sin sacar afuera ni la punta de la<br />

nariz ni para ir a misa el domingo. <strong>La</strong> Colegiata estaba allí enfrente, a dos pasos. <strong>La</strong> misa<br />

casi se podía ver a través de los cristales de la ventana de la cocina. A las otras<br />

habitaciones de la casa se iba solamente para meterse en la cama, muy temprano. Pero<br />

papá Colombo se escapaba también de día, de vez en cuando, encorvado, con las piernas<br />

vendadas, sufriendo atrozmente a cada paso, para ir a ver, desde el balcón del comedor,<br />

todo el Valle de Chiana y su hermosa finca en Caggiolo. Y Vespina, grá<strong>vida</strong> a propósito,<br />

sin apenas poder despegar las patas del suelo, lo seguía lentamente, para acrecentar la<br />

nostalgia del campo lejano, el dolor de verse reducido a aquel estado. ¡Maldita! Y ahora<br />

procreaba, además. ¡Pero él se encargaría! Oh, sin hacerlos sufrir, por supuesto. Los<br />

cogería por la cola y les daría con una piedra en la cabeza.<br />

Los chicos: Delmina, Ezio, Iginio, Norina, al verlo, gritaban:<br />

—¡No, papá! ¡Pobres chiquitines!<br />

Cuando los cachorros fueron alumbrados, quisieron salvar al menos a uno de ellos, el<br />

que les pareció más bonito, escondiéndolo. Obtenida la gracia, fueron a ver a Pallino y,<br />

¡sí señores, le faltaba la cola! Les pareció una traición y los cuatro se miraron a los ojos:<br />

—¡Madre mía! ¡Sin cola! ¿Qué hacemos?<br />

No podían pegarle una cola falsa, ni conseguir que papá no se diera cuenta. Pero la<br />

gracia ya había sido concedida y Pallino se quedó en casa, aunque ya había decaído la<br />

ternura de los pequeños dueños, a causa de aquel defecto ridículo.<br />

Además se volvió día tras día más feo. ¡Pero no se daba cuenta de nada, animalito!<br />

Había nacido sin cola y parecía que viviera sin ella de buena gana; es más, parecía que no<br />

sospechara que le faltaba algo. Y quería retozar.<br />

Ahora bien, provocará ternura un niño nacido con un defecto, cojo o jorobado, al<br />

verlo reír y bromear, ignorante de su desgracia; pero una bestia fea no, y si retoza y<br />

molesta, no se soporta: se le da una patada y adiós.<br />

Pallino, distraído de sus juegos furibundos con un ovillo o con una pantufla por un<br />

pisotón que lo enviaba a retozar de un lado al otro de la cocina, se levantaba rápido sobre<br />

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