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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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osaba parodiar la imagen de un rey.<br />

El caballero Zegretti estaba sentado detrás de un escritorio elegantísimo, lleno de<br />

papeles, que se había hecho trasladar allí, a la sala, y escribía. Sin levantar ni siquiera los<br />

ojos, dijo secamente:<br />

—Póngase cómodo.<br />

Pero Cappadona ya se había puesto cómodo, sin esperar la invitación, en el sillón de<br />

enfrente.<br />

El comisario real, aún con la mirada baja, empezó a exponerle al ex alcalde la razón<br />

por la cual lo había invitado.<br />

En cierto momento Cappadona, que lo miraba fieramente, se puso en pie, cerrando<br />

los puños.<br />

—Perdone —dijo—, ¿no se podrían cerrar un poquito estas ventanas?<br />

Dos, tres silbidos salieron en aquel momento de la multitud reunida en la plaza<br />

subyacente.<br />

El caballero Zegretti levantó la cabeza, estirándose un bigote con aire grave y dijo:<br />

—Pero yo no tengo miedo, ya sabe.<br />

—¿Y quién tiene miedo? —dijo Cappadona—. Lo decía por estas pobres cortinas…<br />

por esta alfombra, entenderá…<br />

El caballero Zegretti miró las cortinas, miró la alfombra, pegó la espalda al respaldo<br />

de la silla y, acariciándose la perilla interminable, exclamó:<br />

—¡Bah! ¡Me gusta, sabe, trabajar a la luz del sol!<br />

—Eh —chilló Cappadona—, si no se arruinara la tapicería… Entiendo que a usted no<br />

le importe nada, pero, si me permite, le hago observar que a mí me importa, porque se<br />

trata de mis cosas…<br />

—Del ayuntamiento, si acaso…<br />

—¡No! Mías, mías, mías. ¡Realizadas a mis expensas! <strong>La</strong> silla donde está sentado es<br />

mía; el escritorio donde escribe es mío. ¡Todo lo que ve aquí es mío, mío, mío, comprado<br />

con mi dinero, que lo sepa! Y si quiere tomarse la molestia de asomarse un poquito a la<br />

ventana, le muestro el edificio de la escuela, que he hecho levantar y construir y decorar<br />

de mi bolsillo: ¡yo! Y también están las escuelas técnicas que el señor Mazzarini,<br />

diputado del colegio, no ha sido capaz de obtener del Gobierno, como era su obligación, y<br />

que mantengo yo, de mi bolsillo: ¡yo! Si quiere levantarse un momentito y asomarse a la<br />

ventana, le muestro, más allá, otro edificio, el hospital, construido, decorado y mantenido<br />

también por mí, de mi bolsillo… ¡Y esta, ahora, es la recompensa, querido señor! Me lo<br />

envían a usted, aquí, no sé por qué: espero que me lo diga… explíqueme bien lo que ha<br />

venido a hacer aquí… Pero ya lo veo… ya lo veo…<br />

Y el caballero Decenzio Cappadona, abriendo los brazos, se puso a mirar la alfombra<br />

destrozada.<br />

Con aparente sangre fría, el caballero Zegretti, arqueando las cejas en media luna:<br />

—Pues yo —dijo—, yo en cambio, ¿sabe?, estoy aquí más bien para ver lo que ha<br />

hecho usted.<br />

—¡Le he dicho lo que he hecho yo! Y están las pruebas: ¡todo el pueblo puede<br />

responder por mí! ¿Quién es usted? ¿Qué quiere de mí?<br />

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