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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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NOCHE<br />

Dejada atrás la estación de Sulmona, Silvestro Noli se quedó solo en el vagón<br />

mugriento de segunda clase.<br />

Dirigió una última mirada a la llama humeante, que vacilaba y casi moría en las<br />

curvas de la carrera, por el aceite caído y deslizante en el cristal cóncavo de la pantalla, y<br />

cerró los ojos con la esperanza de que el sueño, por el cansancio del largo viaje (llevaba<br />

un día y una noche viajando), lo sacara de la angustia en la cual se sentía ahogar cada vez<br />

más, a medida que el tren lo acercaba al lugar de su exilio.<br />

¡Nunca más! ¡Nunca más! ¡Nunca más! ¿Desde hacía cuánto el fragor cadencioso de<br />

las ruedas le repetía en la noche estas dos palabras?<br />

Nunca más, sí, nunca más, volvería la <strong>vida</strong> alegre de su juventud, nunca más, entre<br />

los compañeros despreocupados, debajo de los pórticos poblados de su Turín; nunca más<br />

volvería el consuelo, aquel cálido aliento familiar de su vieja casa paterna; nunca más<br />

volverían los cuidados amorosos de su madre, nunca más la sonrisa tierna en la mirada<br />

protectora de su padre.<br />

¡Tal vez no volvería a ver nunca a sus queridos padres! ¡A su mamá, a su mamá<br />

especialmente! ¡Ah, cómo la había encontrado después de siete años de separación!<br />

Encorvada, empequeñecida, en tan pocos años, y como de cera y ya sin dientes.<br />

Solamente los ojos estaban aún vivos. ¡Pobres, queridos, santos y bellos ojos!<br />

Mirando a la madre, mirando al padre, escuchando sus conversaciones, deambulando<br />

por las habitaciones y buscando alrededor, había sentido que no solo para él había<br />

terminado la <strong>vida</strong> en la casa paterna. Con su última partida, siete años antes, allí la <strong>vida</strong> se<br />

había acabado también para los demás.<br />

¿Se la había llevado consigo? ¿Y qué había hecho con ella? ¿Dónde estaba la <strong>vida</strong> en<br />

él? Los demás podían creer que se la había llevado; pero él sabía que había dejado allí la<br />

suya, a cambio, al partir; y ahora, al no encontrarla, al oírse decir que no podría encontrar<br />

nada más, porque se lo había llevado ya todo, en el vacío había sentido un hielo de<br />

muerte.<br />

Con este hielo en el corazón volvía ahora a Abruzzo, una vez concluida la licencia de<br />

quince días que le había sido concedida por el director de las escuelas normales<br />

masculinas de Città Sant’Angelo, donde hacía cinco años que enseñaba dibujo.<br />

Antes que en Abruzzo había sido profesor, durante un año, en Calabria; otro año en<br />

Basilicata. En Città Sant’Angelo, vencido y cegado por la necesidad ardiente y agitada de<br />

un afecto que le llenara el vacío en el cual se veía perdido, había cometido la locura de<br />

casarse; y se había clavado allí, para siempre.<br />

Su mujer, nacida y crecida en aquel alto y húmedo pueblo, falto incluso de agua, con<br />

los prejuicios angustiosos, la bajeza mezquina y la hosquedad y el relajo de la perezosa y<br />

tonta <strong>vida</strong> provincial, en lugar de ofrecerle compañía, había acrecentado su soledad,<br />

haciéndole sentir en cada momento lo lejos que estaba de la intimidad de una familia que<br />

hubiera tenido que ser suya y en la cual, en cambio, ni un pensamiento suyo ni un<br />

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