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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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De repente, Faustino Perres vio el abismo que se abría ante sus ojos, en la escena, y<br />

se llevó las manos al rostro, frente a un grito imprevisto, agudísimo, de Gàstina, que<br />

desfallecía en los brazos de Su Eminencia.<br />

Fui muy rápido en arrastrarlo fuera, mientras por su parte en el escenario los actores<br />

arrastraban a Gàstina, desmayada.<br />

Nadie, en la confusión del primer momento, en el desorden del escenario, pudo<br />

pensar en lo que, mientras tanto, procedía de la sala del teatro. Se oía como un gran<br />

estruendo lejano, al cual nadie hacía caso. ¿Estruendo? ¡No! ¿Qué estruendo? Eran<br />

aplausos. ¿Qué? ¡Sí! ¡Aplausos! ¡Aplausos! ¡Era un delirio de aplausos! Todo el público,<br />

de pie, aplaudía desde hacía cuatro minutos, frenéticamente, y quería al autor, a los<br />

actores en el proscenio, para decretar el triunfo de aquella escena del desmayo, que había<br />

tomado por real como si estuviera en la comedia y que había visto representar con un<br />

realismo absolutamente prodigioso.<br />

¿Qué hacer? El director, enfurecido, corrió a coger por los hombros a Faustino Perres,<br />

que miraba a todos, temblando de perplejidad angustiosa, y lo echó de un empujón fuera<br />

de los bastidores, al escenario. Fue recibido por una ovación clamorosa, que duró más de<br />

dos minutos. Y tuvo que presentarse otras seis o siete veces a dar las gracias al público,<br />

que no se cansaba de aplaudir, porque quería a Gàstina.<br />

—¡Que salga Gàstina! ¡Que salga Gàstina!<br />

¿Pero cómo conseguir que se presentara Gàstina, quien en su camerino aún se debatía<br />

en una violenta convulsión de nervios, entre la agitación de quienes la rodeaban para<br />

socorrerla?<br />

El director tuvo que subir al proscenio para anunciar, con pesar, que la actriz<br />

aclamada no podía comparecer ahora para agradecer, porque aquella escena, vi<strong>vida</strong> con<br />

tanta intensidad, le había provocado un síncope imprevisto, por lo cual la representación<br />

de la comedia, aquella noche, tenía que ser interrumpida.<br />

Se pregunta en este punto si aquel réprobo murciélago podía rendirle a Faustino<br />

Perres un servicio peor que este.<br />

Hubiera sido, en cierto sentido, confortante poderle atribuir el hundimiento de la<br />

comedia, ¡pero deberle ahora el triunfo, un triunfo que no tenía otra razón de ser que el<br />

vuelo loco de sus alas asquerosas!<br />

Cuando se recuperó del trastorno inicial, aún más muerto que vivo, corrió hacia el<br />

director que lo había empujado con tan mala sombra sobre el escenario a agradecer al<br />

público y con las manos en el pelo, le gritó:<br />

—¿Y mañana?<br />

—¿Pero qué tenía que decir? ¿Qué tenía que hacer? —le gritó, furioso, el director—.<br />

¿Tenía que decirle al público que aquellos aplausos los merecía el murciélago y no usted?<br />

Remédielo, por caridad, remédielo enseguida: ¡haga que mañana le aplaudan a usted!<br />

—¡Ya! Pero, ¿cómo? —preguntó, con dolor, el pobre Faustino Perres, perdido.<br />

—¡Cómo! ¡Cómo! ¿Me lo pregunta a mí, cómo?<br />

—¡Pero si aquel desmayo no está en mi comedia y no tiene nada que ver con ella,<br />

caballero!<br />

—¡Es necesario que usted lo introduzca, querido señor, a toda costa! ¿No ha visto qué<br />

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