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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Vocalòpulo y bajando apenas la cabeza hacia Sià, que contestó, esta vez, con una<br />

reverencia apresurada.<br />

—Sià, venga por este lado. Hay que levantarlo. Necesitaríamos a dos enfermeros…<br />

—exclamó Vocalópulo—. Lo intentaremos. Pero me interesa hacer un vendaje único,<br />

bien sólido.<br />

—¿Lo lavamos ahora? —preguntó Sià.<br />

—¡Sí! ¿Dónde está el alcohol? Y la jofaina, por favor. Así, espere… Mientras, usted<br />

prepare las vendas. ¿Ya las tiene preparadas? Luego la bolsa de hielo.<br />

Cuando el doctor Vocalòpulo se acercó para vendarlo, Tommaso Corsi abrió los ojos,<br />

el rostro oscurecido; intentó apartar de su pecho con una mano las manos del doctor,<br />

diciendo con voz cavernosa:<br />

—No… No…<br />

—¿Cómo que no? —le preguntó, sorprendido, el doctor Vocalòpulo.<br />

Pero un acceso de sangre impidió que Corsi contestara y las palabras le gorgotearon<br />

en la garganta, ahogadas por la tos. Luego yació, postrado, sin sentido.<br />

Y entonces los médicos lo limpiaron y vendaron bien.<br />

IV<br />

—No, mamá, no… ¿Y cómo podría? —contestó Adriana, apenas reanimada, a la<br />

orden de la madre de abandonar la casa del marido junto con sus hijos.<br />

Casi se sentía clavada allí, en la silla, aturdida y trémula, como si un relámpago le<br />

hubiera caído cerca. Y en vano la madre se agitaba ante ella y la empujaba:<br />

—¡Venga, venga, Adriana! ¿No me oyes?<br />

Se había dejado poner encima un chal y un sombrero y miraba frente a sí, como una<br />

mendiga. Aún no conseguía entender lo que había pasado. ¿Qué le decía su madre? ¿Que<br />

abandonara aquella casa? ¿Y por qué en aquel momento? ¿O antes o después, tendría que<br />

abandonarla para siempre? ¿Por qué? ¿Su marido ya no le pertenecía? El ansia de verlo se<br />

había apagado en ella. ¿Y qué querían aquellos dos guardias que la madre le señalaba en<br />

el recibidor?<br />

—¡Mejor que se muera! ¡Si vive, que sea en la cárcel!<br />

—¡Mamá! —le suplicó, mirándola. Pero enseguida bajó la mirada, para retener las<br />

lágrimas. En el rostro de su madre volvió a leer la condena al marido: «Ha matado a Nori;<br />

te traicionaba con la mujer de Nori». Pero no sabía, ni podía casi pensarlo todavía, ni<br />

imaginarlo: aún veía la camilla ante sus ojos y no podía imaginar a otra persona que no<br />

fuera a él, Tommaso, herido, quizás moribundo, allí… Y, por tanto, ¿Tommaso había<br />

matado a Nori? ¿Tenía una aventura con Angelica Nori y los dos habían sido descubiertos<br />

por el marido de ella? Pensó que Tommaso siempre llevaba la pistola consigo. ¿Por Nori?<br />

No: siempre la había llevado y Nori y su mujer hacía solamente un año que vivían en la<br />

ciudad.<br />

En el desorden de la conciencia, una multitud de imágenes se despertaba de manera<br />

tumultuosa: una llamaba a la otra y juntas se agrupaban en centelleantes y precisas<br />

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