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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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como Lombroso, como Richet, ah, por Dios, la cosa cambiaba de aspecto!<br />

Zummo, por el momento, no pensó más en la causa de los Piccirilli y se hundió poco<br />

a poco, cada vez más convencido y con fervor creciente, en los nuevos estudios.<br />

Desde hacía un tiempo no encontraba en el ejercicio de la abogacía (que también le<br />

había dado alguna satisfacción y beneficios muy opulentos), ni en la estrecha <strong>vida</strong> de<br />

aquel pueblito de provincias, ningún pasto intelectual, ningún desahogo para tantas<br />

energías desordenadas que sentía arder en su interior, cuya identidad exageraba para sus<br />

adentros, exaltándolas como documentos del propio valor, ¡vamos!, casi desperdiciado<br />

allí, en la mezquindad de aquel pequeño centro. Estaba muy inquieto desde hacía un<br />

tiempo, descontento consigo mismo, con todo y con todos; buscaba un puntal, un sustento<br />

moral e intelectual, una fe, sí, un pasto para el alma, un desahogo para todas aquellas<br />

energías. Y ahí estaba, ahora, leyendo aquellos libros… ¡Por Dios! El problema de la<br />

muerte, el terrible ser o no ser de Hamlet, ¿la terrible cuestión estaba resuelta, pues?<br />

¿Podía el alma de un muerto volver a «materializarse» por un instante y venir a<br />

estrecharle la mano? Sí, a estrecharle la mano a él, Zummo, incrédulo, ciego hasta ayer,<br />

para decirle: «Zummo, tranquilo; ¡no te ocupes más de las miserias de esta <strong>vida</strong> humana<br />

tan mezquina! Hay mucho más, ¿lo ves? ¡Un día vivirás una <strong>vida</strong> muy diferente! ¡Ánimo!<br />

¡Adelante!».<br />

También Serafino Piccirilli iba casi cada día, ora con la mujer ora con la hija, a<br />

incitarlo a que aceptara el caso.<br />

—¡Estudio! ¡Estudio! —les contestaba Zummo, enfurecido—. ¡No me distraigan, por<br />

Dios! Tranquilos: estoy pensando en ustedes.<br />

En realidad, ya no pensaba en nadie. Reenviaba las causas, postergaba a todos los<br />

demás clientes.<br />

Sin embargo por deuda de gratitud hacia aquellos pobres Piccirilli, quienes sin<br />

saberlo habían abierto ante su espíritu la vía de la luz, se decidió —al final— a examinar<br />

atentamente su caso.<br />

Se le presentó una grave cuestión que al principio lo desconcertó bastante. En todos<br />

los experimentos la manifestación de los fenómenos ocurría siempre por la virtud<br />

misteriosa de un médium. Claro, uno de los tres Piccirilli tenía que ser médium sin<br />

saberlo. Pero en este caso el problema no sería ya de la casa de Granella, sino de los<br />

inquilinos; y todo el proceso se derrumbaba. Pero, ahí estaba, ¿si uno de los Piccirilli era<br />

médium sin saberlo, la manifestación de los fenómenos no ocurriría también en la nueva<br />

casa que habían alquilado? ¡Pues, no! Y también en las casas donde habían habitado antes<br />

los Piccirilli aseguraban haber estado siempre tranquilos. ¿Por qué, entonces, solamente<br />

en la casa de Granella se habían verificado aquellas manifestaciones pavorosas?<br />

Evidentemente, tenía que haber algo de verdad en la creencia popular de las casas<br />

habitadas por fantasmas. Y además estaba la prueba de hecho. Negando de la manera más<br />

absoluta el don espiritista a la familia Piccirilli, él demostraría la falsedad de la<br />

explicación biológica, que algunos científicos descontentos habían intentado dar con<br />

respecto a los fenómenos espiritistas. ¡Como si la biología tuviera algo que ver! Había<br />

que admitir, sin duda, la hipótesis metafísica. ¿O tal vez que él, Zummo, era médium?<br />

Hablaba con la mesita. Nunca había compuesto un verso en toda su <strong>vida</strong>; pero la mesita le<br />

hablaba respetando la métrica. ¡Como si la biología tuviera algo que ver!<br />

Por otro lado, ya que, más que la causa Piccirilli le importaba comprobar la verdad,<br />

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