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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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EL FINADO<br />

Desde el primer día, la prometida de Bartolino Fiorenzo le había dicho:<br />

—Lina, en realidad, no es mi nombre. Me llamo Carolina. El finado quiso llamarme<br />

Lina, y me ha quedado así.<br />

El finado era Cosimo Taddei, su primer marido.<br />

—¡Ahí está!<br />

Su prometida incluso se lo había señalado, porque aún estaba allí, sonriente y<br />

saludando con el sombrero (en una instantánea vivísima, ampliada), en la pared frente al<br />

canapé junto al que Bartolino Fiorenzo estaba sentado. Instintivamente Bartolino había<br />

bajado la cabeza, para responder a aquel saludo.<br />

A Lina Sarulli, viuda de Taddei, ni se le había pasado por la cabeza la idea de quitar<br />

aquel retrato de la sala, el retrato del señor de la casa. De hecho, la casa donde habitaba<br />

era de Cosimo Taddei; él, ingeniero, la había proyectado y después la había decorado<br />

elegantemente, para dejársela finalmente en herencia con el resto del patrimonio.<br />

Sarulli continuó, sin notar en absoluto la incomodidad de su prometido:<br />

—A mí no me gustaba que me cambiara el nombre. Pero el finado me dijo: «¿Y si en<br />

lugar de Carolina te llamaras cara Lina? 17 ¿No sería mejor? ¡Parece casi lo mismo, pero<br />

es mucho más!». ¿Te parece bien?<br />

—¡Muy bien! ¡Sí, sí, muy bien! —contestó Bartolino Fiorenzo, como si el finado<br />

hubiera pedido su opinión.<br />

—Entonces, será cara Lina, ¿nos hemos entendido? —concluyó Sarulli, sonriendo.<br />

Y Bartolino Fiorenzo:<br />

—Sí, sí, nos hemos entendido —balbuceó, perdido por la confusión y la vergüenza,<br />

pensando que el marido, entre tanto, miraba sonriente desde la pared, saludándolo.<br />

Cuando, tres meses después, los Fiorenzo, marido y mujer, acompañados a la estación<br />

por los parientes y los amigos, se fueron de viaje de novios a Roma, Ortensia Motta,<br />

íntima de casa Fiorenzo y también muy amiga de la Sarulli, le dijo a su marido, aludiendo<br />

a Bartolino:<br />

—Pobre hijo, ¿se ha casado? ¡Yo diría más bien que le han dado marido!<br />

Pero al decir eso, cuidado, Motta no quería decir que Lina Sarulli (antes Lina Taddei,<br />

ahora Lina Fiorenzo) tuviera más de hombre que de mujer. No. ¡Aquella cara Lina era, en<br />

verdad, demasiado mujer! Pero de los dos —vamos— no se podía poner en duda que ella<br />

tenía más experiencia de <strong>vida</strong> y más juicio que él. Ah, él —redondo, rubio, rubicundo—<br />

tenía el aire de un niño rollizo, de un niño curioso, pero calvo, de una calvicie que parecía<br />

falsa, como si él mismo se hubiera afeitado la cumbre de la cabeza para quitarse aquel<br />

aire infantil. ¡Y sin conseguirlo, pobre Bartolino!<br />

—Pero, ¿qué pobre? ¿Por qué pobre? —aulló, con voz nasal, molesto, Motta, viejo<br />

marido de la joven Ortensia, que había ideado aquel matrimonio y no quería que se<br />

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