La vida desnuda - Luigi Pirandello

poder hacer nada… Y nunca, no olvidaré nunca la lúgubre vigilia de la noche siguiente,
con todas las ventanas abiertas hacia el río. Velar por la noche a un muerto, con el río que
se oye fluir abajo; asomarse a la ventana y ver la sombra minúscula de algún paseante
sobre el puente iluminado…
Mientras tanto, hay que decir la verdad: tu mujer te ha llorado mucho, sabes, y sigue
haciéndolo. Yo no, pero, aturdido como estoy ahora, me he ocupado de todo.
Medianoche, Momito: la hora acostumbrada. Me voy a la cama.
¡Qué silencio! Me parece que toda la noche esté llena de tu muerte. Y este zumbido
de la lámpara…
Basta. Aquí, en la habitación vecina, hay una cama cándida y suave para mí. ¡Tú
estás encerrado en una doble caja en aquella gruta en el Pincetto del cementerio de
Campo Verano, en el número 51, pobre Momito mío!
No tengo el coraje de darte las buenas noches.
II
Hoy me he dado cuenta de que incluso los cementerios están hechos para los vivos.
Este del Verano, además, es una ciudad reducida. Los pobres están peor que en una planta
baja, mientras que para los ricos: palacios de varios estilos, con jardín alrededor y capilla
interior, y en el primero hay un jardinero vivo y pagado, mientras en la segunda oficia un
cura vivo y pagado.
Para ser justos, aquí están dos empleos robados a los muertos de profesión, en su
mismo domicilio.
Y luego hay calles, plazas, callejones y callejas, a los que harían bien en ponerles un
nombre, para que los visitantes pudieran orientarse mejor: el nombre del muerto más
importante: calle (o calleja) Mengano; calle (o plaza) Fulano.
Cuando yo también sea de los vuestros, Momo, si nos reunimos alguna noche en
asamblea, verás que haré esta y otras propuestas para la afirmación y para la defensa de
nuestros derechos y de nuestra dignidad.
Mientras tanto, ¿qué te parecen mis reflexiones de esta noche? Con este poco de vida
que me queda, ya no me siento parte de ese lado, querido Momo, desde que tú has
muerto; y quisiera gastar lo que me queda para daros a todos, como buenamente pueda,
un poco de diversión. Pero apuesto que ahora me dices, como siempre, que estas
reflexiones mías no son originales.
Mira que era realmente curioso (ahora quiero decírtelo) que todo lo que se me
escapaba de la boca en tu presencia, pretendías haberlo leído en algún libro del cual a
menudo decías no recordar el título ni el autor.
No presumo demasiado de mí mismo: nunca leo nada, excepto algunos libros
antiguos, de vez en cuando. Sé —es cierto— que si me doy un golpecito en la frente
siento, por Dios, que dentro habita un cerebro; pero ignorante, sí, es difícil encontrar a
otro más ignorante que yo. Teniendo en cuenta que a menudo los menos sabios son los
que creen saber más y hacen las locuras más extravagantes, tendría que avergonzarme de
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