La vida desnuda - Luigi Pirandello

Siempre he provocado las risas de mis amigos por las numerosas… ¿cómo las
llamáis?: alteraciones, ya, alteraciones de mis rasgos personales. ¡Pero habéis podido
reíros de ello porque nunca habéis intentado considerar mi necesidad ansiosa de
presentarme a mí mismo ante el espejo con un aspecto diferente, de tener la ilusión de que
no era siempre el mismo, uno, de verme otro!
¡Sí! ¿Qué he podido alterar? He llegado, es verdad, incluso a afeitarme la cabeza para
verme calvo antes del tiempo; y o bien me he afeitado los bigotes, dejándome la barba
larga, o viceversa; o bien me he afeitado bigotes y barba; o me he dejado crecer la barba
ora de esta manera, ora de otra, con perilla, por todo el rostro…
He jugado con los pelos.
Los ojos, la nariz, la boca, las orejas, el torso, las piernas, los brazos, las manos, no he
podido alterarlas. ¿Maquillarme, como un actor de teatro? A veces he sentido la tentación
de hacerlo. Pero luego he pensado que, bajo la máscara, mi cuerpo se quedaba igual… ¡y
envejecía!
He intentado compensar con el espíritu. ¡Ah, con el espíritu he podido jugar mejor!
Vosotros apreciáis sumamente y nunca os cansáis de alabar la constancia de los
sentimientos y la coherencia del carácter. ¿Y por qué? ¡Siempre por la misma razón!
Porque sois cobardes, porque tenéis miedo de vosotros mismos, es decir, de perder —
cambiando— la realidad que os habéis dado a vosotros mismos y de reconocer entonces
que no era otra cosa que una ilusión vuestra, que no existe realidad alguna, fuera de la que
nos otorgamos.
¿Y qué quiere decir, pregunto, otorgarse una realidad, si no fijarse en un sentimiento,
condensarse, endurecerse, incrustarse en él? Y entonces detener en nosotros el perpetuo
movimiento vital, convertirnos en tantos pequeños y míseros charcos a la espera de
putrefacción, mientras la vida es un flujo continuo, incandescente e indistinto.
¡Ves, es este el pensamiento que me devasta y me vuelve feroz!
La vida es el viento, la vida es el mar, la vida es el fuego; no es la tierra que se
incrusta y asume forma.
Toda forma es la muerte.
Todo lo que se extrae del estado de fusión y se condensa, en este flujo continuo,
incandescente e indistinto, es la muerte.
Todos nosotros somos seres atrapados en una trampa, desprendidos del flujo que
nunca se detiene, y fijados para la muerte.
El movimiento de aquel flujo dura en nosotros un breve lapso de tiempo aún, en
nuestra forma separada, desprendida y fijada; pero poco a poco se ralentiza, el fuego se
enfría, la forma se seca, hasta que el movimiento se acaba completamente en la forma
endurecida.
Terminamos de morir. ¡Y es lo que llamamos vida!
Me siento atrapado en esta trampa de la muerte, que me ha desprendido del flujo de la
vida donde fluía sin forma y me ha fijado en el tiempo, ¡en este tiempo!
¿Por qué en este tiempo?
Podía seguir fluyendo y ser fijado más allá, al menos, en otra forma, más allá… Sería
lo mismo, ¿tú qué opinas? Eh, sí, antes o después… Pero sería otro, más allá, quién sabe
quién y quién sabe cómo; atrapado en otra suerte; vería otras cosas, o tal vez vería las
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