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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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establecido su domicilio en los envigados del techo de la Arena, porque, la noche anterior<br />

al estreno de la nueva comedia de Faustino Perres, todas las aberturas del techo se<br />

mantuvieron cerradas, y a la hora acostumbrada se vio al murciélago lanzarse, como todas<br />

las noches anteriores, al escenario, con su revoloteo desesperado. Entonces Faustino<br />

Perres, aterrado por el destino de su nueva comedia, rezó, imploró al empresario y al<br />

director para que hicieran subir al techo a dos, tres, cuatro obreros, incluso a cargo suyo,<br />

para encontrar el nido y dar caza a aquel animal tan insolente; pero fue tachado de loco.<br />

Especialmente el director se enfureció frente a la propuesta, porque estaba cansado, así<br />

era, cansado, muy cansado, realmente cansado de aquel miedo ridículo de la señorita<br />

Gàstina a echar a perder su magnífico pelo.<br />

—¿El pelo?<br />

—¡Seguro! ¡Seguro! ¿Aún no se ha enterado? Le han dado a entender que si por<br />

casualidad le cae en la cabeza, el murciélago tiene en sus alas no sé qué viscosidad, por lo<br />

cual sería imposible desenredarlo del pelo sin cortarlo. ¿Ha entendido? ¡Esa es la razón de<br />

su miedo! ¡Debería interesarse por su papel, identificarse con el personaje, al menos hasta<br />

el punto de no pensar en tales tonterías!<br />

¿Tonterías, el pelo de una mujer? ¿El magnífico cabello de la pequeña Gàstina? El<br />

terror de Faustino Perres, frente al arrebato del director, se centuplicó. ¡Oh, Dios! ¡Oh,<br />

Dios! ¡Si realmente la pequeña Gàstina temía por eso, su comedia estaba perdida!<br />

Para desairar al director, antes de que empezara el ensayo general, la pequeña<br />

Gàstina, con el codo apoyado en la rodilla de una pierna cruzada sobre la otra y el puño<br />

bajo la barbilla, le preguntó seriamente a Faustino Perres si la frase de Su Eminencia en el<br />

segundo acto: «Giuseppe, apague las luces», no podía ser repetida, de ser necesario,<br />

alguna vez más durante la representación, visto y considerado que no había otro medio<br />

para echar a un murciélago que entra de noche en una habitación que no fuera apagar las<br />

luces.<br />

Faustino Perres sintió que se le helaba la sangre en las venas.<br />

—¡No, no, lo digo en serio! Porque, perdone, Perres: ¿usted quiere dar, con su<br />

comedia, una perfecta ilusión de realidad?<br />

—¿Ilusión? No. ¿Por qué dice ilusión, señorita? El arte crea verdaderamente una<br />

realidad.<br />

—Ah, está bien. Pues yo le digo que el arte la crea y el murciélago la destroza.<br />

—¿Cómo? ¿Por qué?<br />

—Porque sí. Ponga por caso que, en la realidad de la <strong>vida</strong>, en una habitación donde se<br />

está desarrollando, de noche, un conflicto familiar, entre marido y mujer, entre una madre<br />

y una hija, ¡qué sé yo!, o un conflicto de intereses o de otro tipo, entra por casualidad un<br />

murciélago. Bien: ¿qué se hace? Le aseguro que, por un momento, el conflicto se<br />

interrumpe por culpa de aquel murciélago que ha entrado, o se apaga la luz, o se va a otra<br />

habitación, o alguien va a coger un bastón, se sube a una silla e intenta golpearlo para<br />

acabar con él en el suelo, y entonces todos los demás, créame, en aquel momento, se<br />

ol<strong>vida</strong>n del conflicto y corren a mirar, sonrientes o con asco, de qué está hecha aquella<br />

bestia odiadísima.<br />

—¡Ya! ¡Pero esto pasa en la <strong>vida</strong> ordinaria! —objetó Faustino Perres, con una sonrisa<br />

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