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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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con aquel verdugo? ¿Con aquel asesino, que me ha comido vivo? ¿Cuánto ha cogido?<br />

—Espere, se lo diré, —contestó Trigona, con calma doliente, poniendo una mano por<br />

delante—. ¡No yo! Porque, como usted bien dice, de mi firma nunca quiso saber nada…<br />

—Y entonces… ¿Don Filippino? —preguntó Scala cubriéndose el rostro con las<br />

manos, como para no ver las palabras que le salían de la boca.<br />

—El aval… —suspiró Trigona, titubeando amargamente.<br />

Don Mattia se puso a dar vueltas por la habitación, exclamando, haciendo<br />

aspavientos:<br />

—¡Estoy arruinado! ¡Arruinado! ¡Arruinado!<br />

—Espere —repitió Trigona—. No se desespere. Intentemos arreglarlo. ¿Cuánto<br />

quería darle a Filippino por la tierra?<br />

—¿Yo? —gritó Scala, deteniéndose de golpe, con las manos en el pecho—.<br />

Dieciocho mil liras: ¡al contado! Son alrededor de seis hectáreas de tierra: tres salmas<br />

justas, utilizando esta medida nuestra: seis mil liras por salma, ¡al contado! Dios sabe lo<br />

que he penado para reunirlas y ahora, ahora veo el negocio que se escapa, la tierra que se<br />

hunde bajo mis pies, ¡la tierra que ya consideraba mía!<br />

Mientras don Mattia se desahogaba, Saro Trigona, con el ceño fruncido, hacía<br />

cuentas con los dedos:<br />

—Dieciocho mil… oh, entonces, resulta…<br />

—Despacio —lo interrumpió Scala—. Dieciocho mil si Filippino, ¡que en paz<br />

descanse!, me hubiera dejado la posesión de la finca. Pero ya he gastado más de seis mil.<br />

<strong>La</strong> cuenta se puede hacer enseguida, en el lugar. Tengo testigos: este mismo año he<br />

plantado dos millares de cepas americanas, ¡maravillosas! Y luego…<br />

Saro Trigona se levantó para truncar aquella discusión, declarando:<br />

—¡Pero doce mil no bastan, querido don Mattia. Le debo más de veinte mil a aquel<br />

verdugo, imagínese!<br />

—¿Veinte mil liras? —exclamó Scala, asombrándose—. ¿Y qué han comido, usted y<br />

sus hijos, dinero?<br />

Trigona suspiró largamente y poniendo una mano sobre el brazo de Scala, dijo:<br />

—¿Y mis desgracias, don Mattia? Aún no ha pasado ni un mes desde que me tocó<br />

pagar nueve mil liras a un comerciante de Licata, por diferencia de precio sobre un lote de<br />

azufre. ¡Déjeme! ¡Fueron las últimas letras de cambio que me avaló el pobre Filippino,<br />

Dios lo tenga en la gloria!<br />

Después de otras quejas inútiles, convinieron en ir aquel mismo día, con las doce mil<br />

liras en la mano, a casa de Chiarenza, para intentar un acuerdo.<br />

VI<br />

<strong>La</strong> casa de Dima Chiarenza estaba en la plaza principal del pueblo.<br />

Era una casa antigua, de dos pisos, ennegrecida por el tiempo, frente a la cual los<br />

forasteros ingleses y alemanes, que iban a ver las azufreras, solían pararse con sus<br />

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