20.09.2017 Views

La vida desnuda - Luigi Pirandello

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

—Quisiera una capilla construida por ti (y otro sorbo).<br />

—¿Una capilla, señor don?<br />

—Sí, en la avenida, frente a la cancilla —(otro sorbo, el último); posó la taza en la<br />

mesa y, sin secarse los labios, se puso de pie. Una gota de café le bajó desde la comisura<br />

de los labios entre los pelos erizados de la barba descuidada desde hacía días—. Una<br />

capilla, pues, no muy pequeña, porque tiene que caber una estatua, grande como en la<br />

realidad, del Cristo de la Columna. En las paredes laterales quiero poner dos cuadros,<br />

hermosos, grandes: de este lado un Calvario, del otro una Deposición. En suma, quiero<br />

que quede como una rica estancia, sobre un zócalo de un metro de alto, con una pequeña<br />

cancilla de hierro delante y la cruz arriba, claro. ¿Has entendido?<br />

—Usted, señor, bromea, ¿verdad?<br />

—¿Bromeo? ¿Y por qué?<br />

—Yo creo que usted, señor, quiere bromear. Perdóneme. Una capilla. Señor, ¿en<br />

honor al Ecce Homo?<br />

Ciancarella intentó levantar un poco la cabeza rasa, se la agarró con una mano y rio a<br />

su manera especial, curiosísima, como si chillara, a causa de aquella enfermedad que le<br />

oprimía la nuca.<br />

—¡Y qué! —dijo—. ¿Quizás no soy digno, según tú?<br />

—¡No señor, con perdón! —se apresuró a negar Spatolino, fastidiado, acalorándose<br />

—. ¿Por qué usted, señor, tendría que cometer, sin razón, tal sacrilegio? Déjeme rogarle y<br />

perdóneme si soy franco. ¿A quién quiere embaucar, señor? A Dios, no; a Dios no lo<br />

embauca, Dios lo ve todo y no se deja embaucar por usted. ¿A los hombres? Pero ellos<br />

también ven y saben que usted, señor…<br />

—¿Qué saben, imbécil? —le gritó el viejo, interrumpiéndolo—. ¿Y qué sabes tú de<br />

Dios, gusano de tierra? ¡Lo que te han dicho los curas! Pero Dios… Bah, bah, bah… yo<br />

me pongo a razonar contigo ahora… ¿Has desayunado?<br />

—No, señor.<br />

—¡Mal vicio, querido mío! ¿Tendría que darte yo el desayuno, ahora, eh?<br />

—No, señor. No tomo nada.<br />

—Ah —exclamó Ciancarella con un bostezo—. ¡Ah! Los curas, hijo, te han alterado<br />

el cerebro. Andan por ahí predicando, ¿no es verdad?, que yo no creo en Dios. ¿Sabes por<br />

qué? Porque no les doy de comer. Bien, calla: tendrán, tendrán de que hablar cuando<br />

vengan a consagrar nuestra capilla. Quiero que sea una gran fiesta, Spatolino. ¿Por qué<br />

me miras así? ¿No me crees? ¿O quieres saber cómo se me ha ocurrido? ¡En sueños, hijo!<br />

He tenido un sueño, la otra noche. Ahora ciertamente los curas dirán que Dios me ha<br />

tocado el corazón. Que lo digan, ¡no me importa nada! Entonces, nos hemos entendido,<br />

¿verdad? Habla… muévete… ¿Estás atontado?<br />

—Sí, señor —confesó Spatolino, abriendo los brazos.<br />

Ciancarella, esta vez, se cogió la cabeza con las dos manos, para reírse durante un<br />

largo rato.<br />

—Bien —dijo luego—. Tú sabes cómo hago yo los tratos. No quiero problemas de<br />

ningún género. Sé que eres un buen obrero y que trabajas bien y honestamente.<br />

Arréglatelas tú, gastos y todo, sin molestarme. Cuando termines, haremos cuentas. <strong>La</strong><br />

capilla… ¿Has entendido cómo la quiero?<br />

81

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!