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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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era tarde… ¡Nada! Quiso una silla para sentarse en el balcón y empezó a hablarme de mi<br />

mujer, que le gustaba tanto, y quería que fuera a despertarla, porque con él la señora<br />

Carlotta se dejaba, ¡oh si se dejaba! ¡Cómo! ¡Y cómo! Bella potrilla oscura, que disparaba<br />

patadas por amor, para provocar caricias…<br />

Y así, entre carcajadas y guiños picarescos, con aquellos ojos que se le cerraban<br />

solos, siguió un buen rato.<br />

Dígame usted qué podía hacerle, en aquel estado. ¿Abofetear a un borracho que no<br />

podía sostenerse en pie? Mi mujer, que se había despertado, me lo gritó con rabia tres o<br />

cuatro veces desde la cama. A mí también la voluntad de abofetearlo me había bajado<br />

hasta las manos, pero quién sabe qué impresión haría una bofetada en aquel pobre hombre<br />

que, en la inconsciencia beata del vino, había perdido cualquier posición social y civil, y<br />

gritaba la verdad en la cara, alegremente. Lo agarré y lo levanté de la silla: no pude evitar<br />

sacudirlo un poco, pero estuvo a punto de caerse y tuve que ayudarle a llegar hasta la<br />

puerta; allí… sí, le di un pequeño empujón y lo envié a la calle.<br />

Cuando entré en el dormitorio, encontré a mi mujer furiosa: incluso frenética. Se<br />

había levantado de la cama. Me asaltó con injurias sangrientas; me dijo que si hubiera<br />

sido otro hombre, habría tenido que pisotear a aquel sinvergüenza y luego tirarlo por el<br />

balcón; que era un hombre de cartón piedra, sin sangre en las venas, sin agallas, incapaz<br />

de defender la respetabilidad de su esposa y muy capaz, en cambio, de quitarme el<br />

sombrero frente al primer visitante que…<br />

No la dejé terminar; levanté una mano; le grité que tuviera cuidado: la bofetada que le<br />

hubiera tenido que dar a él, si no hubiera estado borracho, se la daría a ella, si no se<br />

callaba. ¡No se calló, imagínese! Del furor pasó al escarnio: seguro que me era muy fácil<br />

hacerme el fanfarrón con ella, abofetear a una mujer, después de haber recibido y<br />

acompañado con los debidos cuidados hasta la puerta a uno que había venido a insultarme<br />

a mi casa. ¿Por qué, por qué no había ido a despertarla enseguida? ¿Es más, por qué no se<br />

lo había metido en la habitación y no le había rogado que se metiera en la cama con ella?<br />

—¡Tú lo retarás! —me gritó finalmente, fuera de sí—. ¡Tú lo retarás mañana, y<br />

tendrás problemas si no lo haces!<br />

Al oírse decir ciertas cosas de una mujer, cualquier hombre se rebela. Me había ya<br />

desvestido y metido en la cama. Le dije que parara de una vez por todas y que me dejara<br />

dormir en paz: no retaría a nadie, sobre todo para no darle a ella esta satisfacción.<br />

Pero durante la noche, para mis adentros, pensé mucho en ello. No sabía y no sé de<br />

caballería, si un caballero tiene que recibir el insulto y la provocación de un borracho que<br />

no sabe lo que dice. A la mañana siguiente, estaba a punto de ir a pedir consejo a un<br />

Mayor retirado que había conocido en las termas, cuando ese mismo señor, acompañado<br />

por otro señor del pueblo, vino a pedirme satisfacción, en nombre del doctor Loero. ¡Ya!<br />

Por la manera en que lo había echado la noche anterior. Parece que, por mi empujón, al<br />

caer, se había herido la nariz.<br />

—¡Pero si estaba borracho! —les grité a aquellos señores.<br />

Peor para mí. Tenía que respetarlo. Yo, ¿entiende? ¡Y de milagro mi mujer no me<br />

había comido vivo porque no lo había tirado por el balcón!<br />

Basta. Quería irme rápidamente. Acepté el reto, pero mi mujer se rio en mi cara y, sin<br />

perder tiempo, empezó a preparar sus cosas. Quería irse enseguida; irse, sin esperar el<br />

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