20.09.2017 Views

La vida desnuda - Luigi Pirandello

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

importantes ganancias, se había retirado a aquella villa. ¿A quién dejaría todo a su<br />

muerte? No tenía parientes, ni próximos ni lejanos. Y el dinero tal vez podría llevárselo<br />

consigo, abajo, al interior de aquel hermoso ataúd que había hecho reponer. ¿Y la villa?<br />

¿Y la finca de Cannatello?<br />

Cuando Dolcemàscolo se acercó a la cancilla en compañía de los dos campesinos,<br />

Turco, el perro guardián, como si hubiera entendido que el posadero venía a por él, saltó a<br />

las barras. El viejo sirviente no bastó para calmarlo y alejarlo. Fue necesario que<br />

Piccarone, que estaba leyendo en el quiosco del jardín, lo llamara con un silbido y luego<br />

lo sujetara por la correa hasta que el sirviente finalmente lo encadenó.<br />

Dolcemàscolo, que era muy listo, se había vestido de domingo y afeitado bien: entre<br />

aquellos dos campesinos que volvían cansados y tiznados del trabajo, parecía más<br />

próspero y señorial de lo corriente, con el rostro lechoso —una auténtica belleza— y la<br />

simpatía de aquel lunar peludo y rizado en la mejilla derecha, cerca de la boca.<br />

Entró en el quiosco, exclamando con admiración fingida:<br />

—¡Gran perro! ¡Qué bestia! ¡Qué guardian! Vale su peso en oro.<br />

Piccarone, con el ceño fruncido y los ojos entornados, gruñó varias veces, aprobando<br />

con la cabeza aquellos elogios y luego dijo:<br />

—¿Qué desea? Siéntese.<br />

Y le indicó los taburetes de hierro, dispuestos circularmente en el quiosco.<br />

Dolcemàscolo acercó uno a la mesa para él y les dijo a los dos campesinos:<br />

—Sentaos allí. Vengo a verlo, señor, hombre de leyes, para una opinión.<br />

Piccarone abrió los ojos.<br />

—No ejerzo la profesión desde hace mucho, querido mío.<br />

—Lo sé —se apresuró a contestar Dolcemàscolo—. Pero usted es un antiguo hombre<br />

de leyes. Y mi padre, ¡que en paz descanse!, siempre me decía: «¡Escucha a los ancianos,<br />

hijo mío!». Además sé lo concienzudo que era usted en el ejercicio de la profesión.<br />

Confío poco en los jóvenes abogados de hoy en día. No quiero pleitear con nadie,<br />

cuidado… sería de locos. He venido aquí en busca de una simple opinión que solamente<br />

usted, señor, puede darme.<br />

Piccarone volvió a cerrar los ojos:<br />

—Habla, te escucho.<br />

—Usted, señor, sabe —empezó Dolcemàscolo. Pero Piccarone se sobresaltó y<br />

resopló:<br />

—¡Uh, cuántas cosas sé yo! ¡Cuántas sabes tú! Sé, sé, sabe… ¡Explícame el caso,<br />

querido mío!<br />

A Dolcemàscolo le desagradó un poco esta actitud, pero igualmente sonrió y volvió a<br />

empezar:<br />

—Sí, señor. Quería decir que usted, señor, sabe que tengo una fonda, en la calle<br />

principal…<br />

—Del Cacciatore, sí: he pasado varias veces por allí.<br />

—De camino a Cannatello, ya. Y entonces seguramente habrá visto que en el<br />

saledizo, debajo de la pérgola, siempre expongo algunos productos: pan, fruta, algún<br />

jamón.<br />

405

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!