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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Ni una compasión recíproca era posible entre ellos. Porque si él, amándola, estaba<br />

dispuesto a respetar su carácter tan vivaz, su espíritu tan independiente, ella, que no lo<br />

amaba, no sabía soportar la naturaleza ni las opiniones de él.<br />

—¡Qué opiniones! —le gritaba, sacudiéndose desdeñosamente—. ¡Tú no puedes<br />

tener opiniones, querido mío! No tienes nervio…<br />

¿Qué tenía que ver el nervio con las opiniones? El pobre Lori se quedaba<br />

boquiabierto. Ella lo consideraba duro y frío porque se callaba, ¿no es cierto? ¡Pero él se<br />

callaba para evitar discusiones! Se callaba porque se había encerrado en el duelo,<br />

resignado ya a la derrota de su bonito sueño, es decir: tener una compañera afectuosa y<br />

atenta, una casita linda, que sonreía por la paz y el amor.<br />

Martino Lori se sorprendía por el concepto que su mujer se iba poco a poco formando<br />

de él, por las interpretaciones que hacía de sus actos y de sus palabras. Algunos días casi<br />

dudaba, para sus adentros, de que él mismo fuera tal como se consideraba, tal como<br />

siempre se había considerado a sí mismo y que tal vez tenía, sin darse cuenta, todos<br />

aquellos defectos y todos aquellos vicios que ella le echaba en cara.<br />

Siempre había tenido caminos llanos ante sí; nunca se había adentrado en los<br />

meandros oscuros y profundos de la <strong>vida</strong>, y quizás por eso no sabía desconfiar ni de sí<br />

mismo ni de nadie. Su mujer, al contrario, había asistido a escenas horribles desde la<br />

infancia y había aprendido, desafortunadamente, que todo puede ser triste, que no hay<br />

nada sagrado en el mundo, si hasta su madre, su madre, Dios mío… Ah, sí, pobre Silvia,<br />

merecía que la justificaran, que se compadecieran de ella, aunque veía el mal donde no<br />

estaba y por eso se mostraba injusta con él. Pero cuanto más él, con su plácida bondad,<br />

intentaba acercársele para inspirarle una confianza mayor en la <strong>vida</strong>, para llevarle a hacer<br />

juicios más ecuánimes, tanto más ella se exacerbaba y se rebelaba.<br />

¡Pero si no amor, Dios bendito, que sintiera al menos un poco de gratitud hacia él<br />

que, en fin, le había dado una casa, una familia, sacándola de una <strong>vida</strong> vagabunda e<br />

insidiosa! No: ni gratitud. Era soberbia, estaba muy segura de sí misma, de poder y de<br />

tener suficiente con su trabajo. Y seis o siete veces, en aquellos primeros tres años, lo<br />

amenazó con volver a dar clases y con separarse de él. Un día, finalmente, hizo real la<br />

amenaza.<br />

Aquel día, al volver de la oficina, Lori no encontró a su mujer en casa. Por la mañana<br />

habían tenido una nueva y más áspera pelea, por un leve reproche que él había osado<br />

hacerle. Hacía ya un mes que la tempestad, que había explotado aquella mañana, se<br />

estaba fraguando. Durante todo aquel mes ella se había comportado como una extraña,<br />

con modales toscos, e incluso había demostrado una repugnancia acerba hacia él.<br />

¡Sin razón, como siempre!<br />

Ahora, en la carta que había dejado en casa, le anunciaba el propósito firme de cortar<br />

para siempre y que haría cualquier cosa para obtener de nuevo el empleo de maestra y,<br />

finalmente, para que él no se alterara y no hiciera búsquedas clamorosas, le indicaba el<br />

hotel donde provisionalmente se alojaba, pero que no fuera a verla: sería inútil.<br />

Lori se quedó largo rato reflexionando, con aquella carta en la mano, perplejo.<br />

Había sufrido demasiado e injustamente. Librarse de aquella mujer tal vez, sí, sería<br />

un alivio, pero también un dolor indecible. <strong>La</strong> amaba. Por tanto, sería un alivio<br />

momentáneo, y luego sentiría una gran pena y un gran vacío toda su <strong>vida</strong>. Sabía, sentía<br />

bien que jamás podría amar a otra mujer, nunca. Y además no se merecía el escándalo: él,<br />

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