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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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II<br />

Casi un mes más tarde, mientras comía con su hermana viuda y con su sobrino, a<br />

Cristoforo Golisch imprevistamente se le giraron los ojos, retorció la boca, casi por un<br />

bostezo fallido, la cabeza se le cayó en el pecho y la cara en el plato.<br />

Un toquecito, muy leve, a él también.<br />

Al instante perdió la palabra y medio lado del cuerpo: el derecho.<br />

Cristoforo Golisch había nacido en Italia, de padres alemanes; nunca había estado en<br />

Alemania y hablaba dialecto romano, como un romano de Roma. Desde hacía tiempo los<br />

amigos le habían italianizado incluso el apellido, llamándolo Golicci, y los íntimos<br />

incluso Golaccia, 14 en consideración a su vientre y a su formidable apetito. Solo con la<br />

hermana solía intercambiar, de vez en cuando, algunas palabras en alemán, para que los<br />

demás no los entendieran.<br />

Pues bien, readquirido con dificultad, en unas pocas horas, el uso de la palabra,<br />

Cristoforo Golisch le ofreció al médico un curioso fenómeno de estudio; no sabía hablar<br />

italiano: hablaba alemán.<br />

Abriendo los ojos inyectados en sangre, llenos de miedo, contrayendo en una media<br />

sonrisa solo la mejilla izquierda y abriendo un poco la boca de ese lado, después de haber<br />

intentado varias veces desanudar la lengua agarrotada, levantó la mano ilesa hacia la<br />

cabeza y balbuceó, dirigiéndose al médico:<br />

—Ih… ihr… wie ein Faustschlag…<br />

El médico no lo entendió y fue necesario que su hermana, alelada por la imprevista<br />

desgracia, le hiciera de intérprete.<br />

Cristoforo Golisch se había convertido en alemán de repente, es decir: en otro, porque<br />

él nunca había sido realmente alemán. Toda la memoria de la lengua italiana, es más, toda<br />

su italianidad, como si nada, había sido expulsada de su cerebro.<br />

El médico intentó dar una explicación científica del fenómeno; diagnosticó la<br />

dolencia: hemiplejia; y recetó la curación. Pero la hermana, asustada, lo llamó en privado<br />

y le refirió los propósitos violentos manifestados por su hermano tiempo atrás, cuando<br />

había visto a un amigo con la misma enfermedad.<br />

—¡Ah, señor doctor, desde hace un mes no hablaba de otra cosa, como si sintiera<br />

pender la condena sobre su cabeza! Se matará… Su pistola está en el cajón de la mesita<br />

de noche… Tengo tanto miedo…<br />

El médico sonrió con piedad:<br />

—¡No tenga miedo, señora mía! Le diremos que ha sido una simple molestia de la<br />

digestión y verá que…<br />

—Pero, ¿qué, doctor?<br />

—Le aseguro que se lo creerá. Por otro lado el golpe, por suerte, no ha sido muy<br />

fuerte. Confío en que readquirirá el uso de las extremidades afectadas en pocos días, si no<br />

completamente, al menos de manera que las pueda utilizar poco a poco… y con el<br />

tiempo, ¡quién sabe! Claramente se ha tratado de un aviso terrible. Tendrá que cambiar de<br />

<strong>vida</strong> y respetar un régimen muy escrupuloso para alejar cuanto más se pueda un nuevo<br />

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