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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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—No… así… —interrumpió, tímida, con los ojos bajos, la señorita de luto—. Como<br />

pasatiempo, así es…<br />

—Perdona, si el pobre Giulio quería que tomaras clases…<br />

—Mamá, por favor… —insistió la señorita—. He visto en una revista ilustrada el<br />

dibujo de un monumento funerario del señor aquí presente… del señor Colli, que me ha<br />

gustado mucho, y…<br />

—Es eso, ya… —dijo la madre, para ayudar a la hija, que se perdía.<br />

—Pero —añadió esta—, había pensado alguna modificación…<br />

—Perdone, ¿cuál es? —preguntó Colli—. He hecho varios de estos dibujos, con la<br />

esperanza de recibir al menos una comisión de los muertos, visto que los vivos…<br />

—Usted perdone, señorita —intervino Pogliani, un poco molesto por verse así<br />

apartado de la conversación—, ¿ha ideado un monumento sobre un dibujo de mi amigo?<br />

—No, exactamente igual, no… —contestó vivamente la señorita—. El dibujo del<br />

señor Colli representa a la Muerte que atrae a la Vida, si no me equivoco…<br />

—¡Ah, entiendo! —exclamó Colli—. Un esqueleto con la sábana, ¿no es cierto?, que<br />

se adivina apenas, rígido, entre los pliegues y aferra a la Vida, una bella mujer que no<br />

quiere saber nada de él… Sí, sí… ¡Bellísimo! ¡Magnífico! Entiendo.<br />

<strong>La</strong> señora Consalvi no pudo aguantar la risa de nuevo, admirando la cara dura de<br />

aquel tipo.<br />

—Modesto, ¿sabe? —le dijo Pogliani a la señora—. Un género particular.<br />

—Venga, Giulia —dijo la señora Consalvi, levantándose—. Tal vez sea mejor que les<br />

enseñes el dibujo, sin más palabras.<br />

—Espera, mamá —le rogó la señorita—. Creo que antes es mejor darle una<br />

explicación al señor Pogliani. Cuando tuve la idea del monumento, he de confesar que<br />

pensé enseguida en el señor Colli. Sí. Por aquel dibujo. Pero me dijeron, repito, que usted<br />

ya no estaba en Roma. Entonces me las arreglé para adaptar su dibujo a mi idea y a mi<br />

sentimiento, es decir para transformarlo de manera que pudiera representar mi caso y mi<br />

propósito. ¿Me explico?<br />

—¡De maravilla! —aprobó Pogliani.<br />

—Dejé —continuó la señorita—las dos figuraciones de la Muerte y de la Vida, pero<br />

eliminando la violencia de la agresión, eso es. <strong>La</strong> Muerte no aferra a la Vida, sino que<br />

esta, en cambio, de buena gana, resignada al destino, se casa con la Muerte.<br />

—¿Se casa? —dijo Pogliani, trastornado.<br />

—¡Con la Muerte! —gritó Colli—. ¡Déjala hablar!<br />

—Con la Muerte —repitió la señorita con una modesta sonrisa—. Es más, he querido<br />

representar claramente el símbolo de la boda. El esqueleto está rígido, como lo ha<br />

dibujado el señor Colli, pero entre los pliegues del paludamento fúnebre asoma, apenas,<br />

una mano que ofrece el anillo nupcial. <strong>La</strong> Vida, en actitud humilde, se acerca al esqueleto<br />

y tiende la mano para recibir aquel anillo.<br />

—¡Bellísimo! ¡Magnífico! ¡Lo veo! —prorrumpió entonces Colli—. ¡Esta es otra<br />

idea! ¡Estupenda! ¡Muy diferente! ¡Estupenda! El anillo… el dedo… ¡Magnífico!<br />

—Bien, sí —añadió la señorita, sonrojándose de nuevo frente al impetuoso elogio—.<br />

Yo también creo que es un poco diferente. Pero es innegable que he sacado provecho del<br />

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