La vida desnuda - Luigi Pirandello

pues, por cada desgracia que nos ocurra, por cada calamidad pública o privada, mirar
hacia arriba y pensar que, desde las estrellas, la Tierra, señores míos, no se supone ni que
exista y que al final todo es, por tanto, nada?
Ustedes dicen:
—Muy bien. ¿Pero si, mientras tanto, se me muere, por ejemplo, un hijo aquí en la
Tierra?
Eh, lo sé. El caso es grave. Y se volverá más grave, se lo digo yo, cuando empiecen a
salir de su dolor y bajo los ojos que ya no querrán ver nada más, ocurrirá que verán, ¿qué
sé yo?, la gracia tímida de estas florecitas blancas y celestes que brotan ahora en los
prados, los primeros días de sol de marzo; y apenas la dulzura de vivir que, aunque no lo
quieran, experimentarán en la tibieza embriagadora de la estación, se transformará en una
preocupación aún más densa, pensando que él ya no puede volver a sentirla.
¿Y bien?… Pero, ¿qué consuelo, en nombre de Dios, quisieran tener de la muerte de
su hijo? ¿No es mejor nada? Sí, nada, créanme. Esta nada de la Tierra, no solamente por
las desgracias, sino también por esta dulzura de vivir que sin embargo nos da: la nada
absoluta, en fin, de todas las cosas humanas que podemos pensar mirando hacia el cielo, a
Sirio o a Alfa Centauro.
No es fácil. Gracias. ¿Tal vez les estoy diciendo que es fácil? La ciencia astronómica,
les ruego que me crean, es muy difícil no solo de estudiar, sino también de aplicar a los
casos de la vida.
Por otro lado, les digo que son incoherentes. De este planeta nuestro quieren opinar
que él merece un cierto respeto, y que ya no es tan pequeño en relación con las pasiones
que nos agitan, y que ofrece muchas vistas hermosas y variedad de vida y de climas y de
costumbres; y luego se encierran en una cáscara y ni piensan en la vida que se les va,
mientras se quedan hundidos en un pensamiento que les aflige o en una miseria que les
oprime.
Lo sé; ahora ustedes contestan que no es posible, cuando una preocupación aprieta
realmente, cuando una pasión es ciega, huir con el pensamiento y confundirlo,
imaginando una vida diferente, en otro lugar. Pero yo no digo que se trasladen con la
imaginación a otro lugar, ni que finjan una vida diferente de la que les hace sufrir. Esto lo
hacen habitualmente, suspirando: ¡Ah, si no fuera así! ¡Ah, si tuviera esto o lo otro! ¡Ah,
si pudiera estar allí! Y son suspiros vanos. Porque vuestra vida, si pudiera ser realmente
diferente, ¡quién sabe qué sentimientos, qué esperanzas, qué deseos les suscitaría,
diferentes de los que ahora les suscita, por el simple hecho de que ella es así! Es tan cierto
que quienes son como ustedes quisieran ser, o que tienen lo que ustedes quisieran tener, o
que están allí donde ustedes desearían estar, les molestan, porque les parece que en
aquellas condiciones que envidian, no saben ser felices como lo serían ustedes. Y es una
molestia, perdónenme, de tontos. Envidian aquellas condiciones porque no son las suyas,
y si lo fueran, ya no serían los mismos, quiero decir que ya no albergarían ese mismo
deseo de ser diferentes de los que son.
No, no, queridos míos. Mi remedio es otro. Sin duda este tampoco es fácil, pero es
muy posible. Hasta el punto de que yo mismo he podido experimentarlo.
Lo entreví aquella triste noche (una de tantas) en la que me tocó velar una larga y
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