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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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LA CASA DE GRANELLA<br />

I<br />

<strong>La</strong>s ratas no sospechan el engaño de la trampa. ¿Caerían en ella, si lo sospecharan?<br />

Pero no se dan cuenta del engaño ni cuando caen. Trepan, chirriando, por las barras;<br />

ponen el morrito puntiagudo entre una barra y la otra; dan vueltas sin descanso, buscando<br />

la salida.<br />

El hombre que recurre a la ley sabe, en cambio, que se mete en una trampa. <strong>La</strong> rata se<br />

inquieta. El hombre, que sabe, se queda parado. Parado con el cuerpo, se entiende. Por<br />

dentro, es decir, en el alma, actúa como la rata y peor que ella.<br />

Y así estaban, aquella mañana de agosto, en la sala de espera del abogado Zummo,<br />

los numerosos clientes, todos sudados, comidos por las moscas y el aburrimiento.<br />

En el calor asfixiante, su muda impaciencia, acosada por pensamientos secretos, se<br />

exasperaba más y más. Allí quietos, se intercambiaban miradas feroces.<br />

Cada uno hubiera querido solo para sí, para su pleito, al señor abogado, pero cada<br />

uno preveía que este, teniendo que dar audiencia a tantos por la mañana, le concedería<br />

poquísimo tiempo y que, cansado y exhausto, con aquella temperatura de cuarenta grados,<br />

confundido y trastornado por el examen de tantas cuestiones, no tendría para su caso la<br />

acostumbrada lucidez mental, su habitual agudeza.<br />

Y cada vez que el escribano, que copiaba con mucha prisa una memoria, con el cuello<br />

desabrochado y un pañuelo bajo el mentón, levantaba los ojos hacia el reloj de péndulo,<br />

dos o tres resoplaban y más de una silla crujía. Otros, ya agotados por el calor y la larga<br />

espera, miraban desesperados a las altas estanterías polvorientas, cargadas de expedientes:<br />

¡pleitos antiguos, procedimientos, flagelo y ruina de tantas familias! Otros, con la<br />

esperanza de distraerse, miraban a las ventanas con las persianas verdes bajadas, por<br />

donde llegaban los ruidos de la calle, de la gente que iba despreocupada y feliz, mientras<br />

ellos aquí… ¡uff! Y espantaban con un gesto furioso a las moscas, que, pobrecitas,<br />

obedeciendo a su naturaleza, intentaban molestarlos un poco más y aprovecharse del<br />

abundante sudor que agosto y el inquieto tormento de los engorros judiciales exprimen de<br />

las frentes y de las manos de los hombres.<br />

Pero había alguien más molesto que las moscas en la sala de espera, aquella mañana:<br />

el hijo del abogado, un niño poco agraciado de unos diez años, que seguramente se había<br />

escapado de la casa anexa al estudio, sin calcetines, en camisa, con el rostro sucio, para<br />

alegrar a los clientes de papá.<br />

—¿Tú cómo te llamas? ¿Vincenzo? ¡Oh, qué nombre tan feo! ¿Y este colgante es de<br />

oro? ¿Se abre? ¿Cómo se abre? ¿Y qué hay dentro? Oh, mira… pelos… ¿Y de quiénes<br />

son? ¿Y por qué los llevas aquí?<br />

Luego, oyendo detrás de la puerta los pasos de papá que venía a acompañar a algún<br />

cliente importante, se escondía debajo de la mesa, entre las piernas del escribano. Todos,<br />

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