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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Divertía y asustaba ver a Bobbio, que corría detrás de las bolas, con aquella triple<br />

papada y la barrigona balanceándose.<br />

—¡Marco —le gritaba la mujer desde lejos—, no te canses! ¡Ten cuidado, Marco, si<br />

estornudas!<br />

¡Dios nos libre de un estornudo de Bobbio! Era una explosión terrible por doquier; y<br />

a menudo, goteando, tenía que resguardarse con una mano delante y la otra atrás.<br />

No gobernaba aquel cuerpo suyo. Parecía como si este, rompiendo cada freno, se le<br />

escapara, se le precipitara desvariado, dejando a todos con el alma inquieta cuando<br />

trataban de detenerlo. Cuando luego volvía a su dominio, reequilibrado, le era retornado<br />

con ciertos dolores extraños y daños imprevistos, en un brazo, en la pierna, en la cabeza.<br />

Más a menudo, en los dientes.<br />

¡Los dientes, los dientes eran la desesperación de Bobbio! Se había hecho quitar<br />

cinco, seis, ya no sabía ni cuántos; pero aquellos pocos que le habían quedado lo<br />

torturaban también por los que se habían ido.<br />

Uno de aquellos domingos su cuñado había bajado a la villa desde Richieri, con toda<br />

la familia, mujer e hijos y parientes de la mujer y parientes de los parientes, cinco<br />

carrozas, y habían estado más alegres que nunca, y ¡paf!, de repente, por la tarde, justo en<br />

el momento de sentarse a la mesa, había sentido uno de aquellos dolores… ¡pero uno de<br />

los fuertes!<br />

Para no arruinarles la fiesta a los demás, el pobre Bobbio se había retirado a la<br />

habitación con una mano en la mejilla, la boca semiabierta, y los ojos como de plomo,<br />

suplicándoles a todos que empezaran a comer sin preocuparse por él. Pero, una hora<br />

después, había aparecido como si no supiera en qué mundo vivía, preguntándose si era<br />

posible que un molino de vapor —fragoroso, retumbante— hubiese podido entrar en su<br />

cabeza y hubiese molido en su boca, sí, sí, en su boca, en su boca, furiosamente. Todos se<br />

habían quedado de piedra y consternados mirándole la boca, como si realmente esperaran<br />

ver que de ella iba a salir harina. ¿Harina? Baba, le caía baba. No solamente esto era<br />

absurdo: todo en el mundo era absurdo, y monstruoso, y atroz. ¿No estaban todos allí<br />

dándose un banquete alegremente mientras él se enfadaba, enloquecía, mientras el<br />

universo le hacía trizas la cabeza?<br />

Jadeando, con los ojos en blanco, el rostro congestionado, las manos revoloteando,<br />

levantaba del suelo como un oso ora una pierna ora la otra, y meneaba la cabeza, como si<br />

quisiera estrellarla contra la pared. Todos los actos y los gestos eran, en la intención, de<br />

rabia y violentos; pero se manifestaban blandos y vanos, casi para no molestar al dolor,<br />

para no avivarlo todavía más.<br />

¡Por caridad, por caridad, siéntense! ¡Que se sienten! ¡Oh, Dios! ¿Querían que<br />

enloqueciera más, saltándole encima de aquella manera? ¡Sentados! ¡Sentados! Nada.<br />

¡Nadie podía ayudarlo! Tonterías… imposturas… ¡Nada, por caridad! No podía hablar…<br />

Uno solo… que uno solo fuera abajo para atar enseguida los caballos a una de las<br />

carrozas que habían llegado por la mañana. Quería irse corriendo a Richieri a hacerse<br />

arrancar el diente. ¡Enseguida! ¡Enseguida! Mientras tanto, que se sentaran todos. Apenas<br />

la carroza estuviera lista… ¡Pero, no, quería ir solo! No podía oír hablar, no podía ver a<br />

nadie… ¡Por caridad, quería estar solo! ¡Solo!<br />

Poco después, en la carroza, solo como había querido, abandonado, hundido, perdido<br />

en el fragor del espasmo atroz, mientras los caballos subían por la calle casi al trote,<br />

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