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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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asalto de la dolencia.<br />

<strong>La</strong> hermana bajó los párpados para cerrar y esconder las lágrimas en los ojos. Pero,<br />

desconfiando de la promesa del médico, concertó con el hijo y con la sirvienta la manera<br />

de sacar la pistola del cajón de la mesita: ella y la sirvienta se acercarían al borde de la<br />

cama, con la excusa de levantar un poquito el colchón, mientras: «¡Pero con cuidado, por<br />

caridad!», el chico abriría el cajón sin hacer ruido y… «¡Con cuidado!», desaparecería el<br />

arma.<br />

Así hicieron. Y la hermana se vanaglorió de esta precaución suya, al no parecerle<br />

natural, después de poco tiempo, la facilidad con que el hermano recibió la explicación<br />

del mal, sugerida por el médico: molestias digestivas.<br />

—Ja… Ja… es ist doch…<br />

Desde hacía cuatro días sentía su estómago obstruido.<br />

—Unver… Unverdaulichkeit… ja… ja…<br />

¿Sería posible, pensaba la hermana, que no advierta la parálisis de medio cuerpo?<br />

¿Sería posible que él, aunque prevenido por el caso reciente de Lenzi, creyera que una<br />

simple indigestión podía tener tal efecto?<br />

Desde la primera noche empezó a sugerirle amorosamente, como a un niño, las<br />

palabras de la lengua ol<strong>vida</strong>da. Le preguntó por qué no hablaba italiano. Él la miró<br />

asombrado. Ni se había dado cuenta de que hablaba alemán: de repente le había dado por<br />

hablar así, ni creía que pudiera hacerlo de otra manera. Intentó repetir las palabras<br />

italianas, haciéndose eco de las de su hermana. Pero ahora las pronunciaba con voz<br />

cambiada y con acento extranjero, precisamente como un alemán que se esforzara en<br />

hablar italiano. Llamaba a su sobrino Giovannino, Ciofaio. Y el sobrino (¡tonto!) se reía,<br />

como si el tío lo llamara así en broma.<br />

Tres días después, cuando en la Fiaschetteria Toscana se supo del imprevisto síncope<br />

de Golisch, los amigos que fueron a visitarlo pudieron asistir a un ensayo piadoso de su<br />

nueva lengua. Pero él no tenía conciencia alguna de la impresión que provocaba hablando<br />

de aquella manera.<br />

Parecía un náufrago que se afanaba desesperadamente en no ahogarse, después de<br />

haber sido lanzado y sumergido, durante un instante eterno, en la <strong>vida</strong> oscura, ignota para<br />

él, de su gente. Y de aquella inmersión había salido otro ser, de nuevo niño, con cuarenta<br />

y ocho años y extranjero.<br />

Y estaba muy contento. Sí, porque justo aquel día había empezado a poder mover<br />

apenas el brazo y la mano. <strong>La</strong> pierna no, todavía. Pero sentía que tal vez al día siguiente,<br />

si se esforzaba, conseguiría moverla. Ahora también lo intentaba… y, ¿no, eh? ¿Los<br />

amigos no divisaban ningún movimiento?<br />

—Manai… Manai…<br />

—¡Sí, mañana seguro!<br />

Los amigos, uno por uno, antes de irse, aunque el espectáculo ofrecido por Golisch<br />

no diera lugar a ningún miedo, consideraron prudente recomendarle a la hermana que lo<br />

vigilara.<br />

—De un momento a otro, nunca se sabe… Puede ser que su conciencia se despierte,<br />

y…<br />

Todos pensaban ahora, como antaño Golisch, como hombres sanos: es decir, que la<br />

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