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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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EL PROFESOR TERREMOTO<br />

Quienes, dentro de muchos años, tendrán la suerte de ver Reggio y Messina<br />

resurgidas del terrible desastre del 28 de diciembre de 1908, nunca podrán imaginarse la<br />

terrible impresión que provocaba la vista atroz de los primeros burgos en ruinas, las<br />

grietas y la destrucción de las casas que empezaban a descubrirse entre el verde<br />

exuberante de los bosques de naranjos y limoneros y el dulce azul del mar, mientras el<br />

tren atravesaba estos lugares, pocos meses después de la catástrofe.<br />

Yo pasé por allí justamente pocos meses después y escuché las quejas de mis<br />

compañeros de viaje por la lentitud de la retirada de los escombros y muchos relatos de<br />

casos horribles y de salvamentos casi prodigiosos y de heroísmos admirables.<br />

En aquel compartimiento de primera clase había un señor barbudo que parecía prestar<br />

atención sobre todo al relato de los actos heroicos. Pero de vez en cuando, en los puntos<br />

más sobresalientes del relato, se alteraba, moviendo su delgada figura inquieta con una<br />

exclamación que a muchos les molestaba, porque no semejaba un encomio digno del<br />

heroísmo narrado.<br />

Si el héroe era un hombre, con aquel sobresalto extraño exclamaba:<br />

—¡Desgraciado!<br />

Si era mujer:<br />

—¡Desgraciada!<br />

—Perdone, ¿por qué? —no pudo evitar preguntarle, en un determinado momento, un<br />

joven que se estaba sintiendo molesto en silencio desde hacía un buen rato.<br />

Entonces aquel hombre, como si él también esperara aquella pregunta, extendió el<br />

rostro verde de bilis y dijo:<br />

—¿Ah, por qué? ¡Porque lo digo yo, querido señor! Usted se indigna, ¿verdad?, se<br />

indigna porque si presenciara un desastre y una viga, un mueble, un muro no lo aplastaran<br />

como a un ratón, usted también —¿verdad? ¿Quiere decir esto?—, usted también sería un<br />

héroe, salvaría… ¿qué digo? A una joven, ¿eh? A cinco niñitos, a tres ancianos, ¿eh?<br />

¿Digo bien? ¡Con un estilo heroico! Diga la verdad… querido señor… ¿Y usted se<br />

imagina que después de sus heroísmos sublimes y gloriosos sería tan pulcro y hermoso<br />

como ahora? ¡No, sabe! ¡No, sabe! ¡No lo crea, querido señor! Sería como yo, idéntico.<br />

¿Me ve? ¿Qué le parezco? Viajo en primera clase porque me han regalado el billete en<br />

Roma, no crea… Soy un pobre desgraciado, ¿sabe? ¡Y usted sería como yo! No me haga<br />

reír… ¡Un desgraciado! ¡Un desgraciado!<br />

Al decir esto se cogió los brazos con ambas manos y se derrumbó, hosco y excitado,<br />

en el rincón del vagón, con la barbilla hundida en el pecho. <strong>La</strong> respiración jadeante le<br />

silbaba en la nariz, entre la híspida barba negra, inculta, entrecana.<br />

El joven se quedó estupefacto y se giró para observar, con una vana sonrisa, el<br />

silencio de todos nosotros, concentrados en espiar el rostro de aquel compañero singular.<br />

Poco después este volvió a una postura más cómoda, como si la bilis que fermentaba<br />

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