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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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muy seductora de aquel cuello tan largo, y de acompañar sus frases dulces y amables con<br />

mucha gracia a través de la mirada, de la sonrisa, de los gestos, con las manos<br />

constantemente calzadas en guantes de hilo de Escocia, que no se quitaba ni en clase,<br />

impartiendo sus lecciones de francés a los chicos de la escuela técnica, que por supuesto<br />

se reían de ello.<br />

¡Qué! Ninguna piedad, ninguna consideración hacia él, entre todos aquellos vecinos,<br />

por su doble desgracia. Es más, parecía que la muerte de la mujer y de sus criaturitas<br />

gemelas fuera juzgada por todos como un justo y merecido castigo.<br />

Toda la piedad se dirigía a los dos huérfanos, cuya fortuna era considerada en<br />

abstracto. Ahí estaba: ahora el padrastro se casaría sin duda de nuevo con una bruja, con<br />

una tirana, seguro; tendría con ella quién sabe cuántos hijos, a los cuales Nenè y Ninì<br />

estarían obligados a hacer de sirvientes, hasta que mediante maltratos y torturas, primero<br />

una y luego el otro, fueran suprimidos.<br />

Al pensar en ello, frémitos de desdén y escalofríos de horror asaltaban a los hombres<br />

y a las mujeres del vecindario; y los dos pequeñines eran abrazados y regados con<br />

lágrimas, con ímpetu, en esta o en aquella casa.<br />

Porque el profesor Erminio Del Donzello, ahora, cada mañana, antes de ir a la<br />

escuela, para conquistar a aquel vecindario hostil y demostrar el cuidado y la diligencia<br />

con la cual se ocupaba de los dos huérfanos, después de haberlos bañado y calzado y<br />

vestido, los cogía de la mano, cada uno a un lado, y los dejaba ir ora a esta, ora a aquella<br />

casa, entre las muchas familias que se habían ofrecido a acogerlos.<br />

Había —se entiende— en cada una de estas familias, a cual más caritativa que la otra<br />

y más preocupada por la suerte de los pequeñines, al menos una joven en edad de<br />

merecer; y todas esas chicas, sin excepción, serían madres entrañables y amorosas para<br />

aquellos dos huérfanos; pérfida tirana, bruja despiadada sería únicamente aquella que el<br />

profesor Erminio Del Donzello eligiera entre ellas.<br />

Que el profesor Erminio Del Donzello contrajera matrimonio era una necesidad<br />

inevitable. Todos los vecinos lo esperaban, día tras día, y él también, en verdad, pensaba<br />

en ello seriamente.<br />

¿Acaso podía seguir así? Aquellas familias se ofrecían a recibir a los pequeñines con<br />

tanto celo de caridad con el objeto de cebarlo; no había duda de ello. Si seguía fingiendo<br />

que no se daba cuenta, dentro de poco le cerrarían las puertas; tampoco de eso había duda.<br />

¿Y entonces? ¿Acaso podía ocuparse de aquellos dos niños solo? Con la escuela todas las<br />

mañanas, las clases particulares por la tarde, la corrección de los trabajos todas las<br />

noches… ¿Podía poner a una sirvienta en casa? Él era joven y cálido, aunque no lo<br />

pareciera. ¿Una vieja sirvienta? Pero si se había casado porque su <strong>vida</strong> de soltero, aquel ir<br />

mendigando el amor, no le había parecido compatible con su edad y con su dignidad de<br />

profesor. Y ahora, con aquellos dos pequeñines…<br />

No, vamos: era, era verdaderamente una necesidad inevitable.<br />

<strong>La</strong> incomodidad de la elección, mientras tanto, crecía día tras día y día tras día más lo<br />

exasperaba.<br />

¡Y pensar que, al principio, había creído que le resultaría muy difícil encontrar una<br />

segunda esposa en aquellas condiciones! ¿Necesitaba una? ¡Enseguida había encontrado<br />

diez, doce, quince, cada una más dispuesta e impaciente que la otra!<br />

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