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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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dejó ir solo.<br />

Y cada día ahora, a la misma hora, los dos inválidos se encontraban en la calle y<br />

proseguían juntos, siguiendo siempre las mismas etapas: la farola, primero; luego, abajo,<br />

el escaparate del bazar para contemplar la monita de porcelana suspendida en el<br />

columpio; finalmente, la baranda del jardín.<br />

Hoy, mientras tanto, a Cristoforo Golisch se le ha ocurrido una idea curiosa y se la<br />

confía a Lenzi. Los dos, apoyados en la farola fiel, se miran a los ojos e intentan sonreír,<br />

contrayendo uno la mejilla derecha, la izquierda el otro. Se confabulan un rato con<br />

aquellas lenguas suyas torpes; luego Golisch hace señas con el bastón a un cochero para<br />

que se acerque. Ayudados por este, primero uno y luego el otro, se suben al vehículo y,<br />

venga, a la casa de Nadina en Piazza di Spagna.<br />

Al ver ante sí a aquellos dos fantasmas jadeantes que no se sostienen en pie, después<br />

del esfuerzo enorme de la subida, la pobre Nadina se queda consternada, con la boca<br />

abierta. No sabe si tiene que reír o llorar. Se apresura a sostenerlos, los arrastra a la sala,<br />

los sienta uno al lado del otro y les riñe ásperamente por la locura cometida, como a dos<br />

niños rebeldes, que se escaparan a la vigilancia del ayo.<br />

Beniamino Lenzi hace una mueca de niño y, venga, a llorar.<br />

Golisch, en cambio, con mucha seriedad, con el ceño fruncido, le quiere explicar que<br />

quería darle una bonita sorpresa.<br />

—Una bonía soppea…<br />

(¡Qué mono! ¡Cómo habla ahora, el alemán!)<br />

—Sí, sí, gracias —dice Nadina enseguida—. ¡Bravo! Habéis sido los dos muy<br />

buenos, de verdad… y me habéis dado una gran alegría… Lo decía por vosotros… llegar<br />

hasta aquí, subir la escalera… ¡Venga, venga, Beniamino! No llores, querido… ¿Qué te<br />

pasa? ¡Ánimo!<br />

Y empieza a acariciarle las mejillas, con sus hermosas manos lechosas y gorditas,<br />

llenas de anillos.<br />

—¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa? ¡Mírame!… Tú no querías venir, ¿no es verdad? ¡Te<br />

ha traído él, este revoltoso! Pero no le haré ni una caricia… Tú eres mi Beniamino,<br />

bueno, eres mi jovencito… ¡Querido! ¡Querido! Vamos, secamos estas lágrimas… Así…<br />

Así… Mira este lindo anillo con turquesa, ¿quién me lo ha regalado? ¿Quién se lo ha<br />

regalado a su Nadina? Este viejito lindo mío me lo ha regalado… ¡Querido!<br />

Y le da un beso en la frente. Luego se levanta de golpe y, rápidamente, con los dedos<br />

se quita las lágrimas de los ojos.<br />

—¿Qué puedo ofreceros?<br />

Cristoforo Golisch, mortificado y enfurruñado, no quiere aceptar nada; Beniamino<br />

Lenzi acepta una galletita y se la come acercando la boca a la mano de Nadina, que tiene<br />

el dulce entre los dedos y finge no querer dárselo, apartándolo con breves risitas:<br />

—No… no… no…<br />

Lindos los dos ahora, cómo se ríen, cómo se ríen con esa broma…<br />

14 Alusión irónica a la gula del personaje.<br />

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