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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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LA FIDELIDAD DEL PERRO<br />

Mientras doña Giannetta, aún en camisón, y con los hombros y los brazos<br />

descubiertos y un poco también el pecho (más que un poco, en verdad), se arreglaba su<br />

hermoso pelo negro azabache frente al espejo, el marqués don Giulio del Carpine<br />

terminaba de fumarse un cigarro, tumbado en el sillón a los pies de la cama desecha, pero<br />

con el ceño tan fruncido que en aquel cigarro parecía ver y querer destruir quién sabe qué,<br />

por la manera en que lo miraba al quitárselo de los labios, por la rabia con que aspiraba el<br />

humo y luego lo expulsaba. De pronto se incorporó, sentándose, y dijo, meneando la<br />

cabeza:<br />

—¡No, vamos, no es posible!<br />

Doña Giannetta se giró a mirarlo, sonriendo, con los brazos levantados y las manos<br />

en el pelo, como mujer que no teme mostrar demasiado su cuerpo.<br />

—¿Todavía piensas en ello?<br />

—¡Porque no tiene lógica! —dijo él, levantándose, fastidiado—. Entre aquel… Lulù,<br />

y yo, vamos, no me toca a mí decirlo…<br />

Doña Giannetta inclinó la cabeza a un lado y se quedó así, observando a don Giulio,<br />

desde debajo de su brazo, como para hacer un peritaje desinteresado antes de emitir un<br />

juicio. Luego, cómicamente, casi como si la conciencia no le permitiera mayor concesión,<br />

sin ninguna reserva, suspiró:<br />

—Eh, eres el segundo…<br />

—¡Pero qué segundo, hazme el favor!<br />

—El segundo, el segundo, querido mío —repitió entonces doña Giannetta, sin más<br />

palabras.<br />

Del Carpine se encogió de hombros y dio vueltas por la habitación.<br />

Cuando se dejaba barba era realmente un hombre apuesto; alto, férreo. Pero ahora<br />

que se había afeitado para obedecer a la moda, con aquel mentón demasiado pequeño y<br />

aquella nariz demasiado grande, decir que fuera guapo, vamos, no se podía, sobre todo<br />

porque parecía que él pretendía que se lo dijeran, también así, sin barba, es más:<br />

precisamente porque se había afeitado.<br />

—Los celos, por otro lado —sentenció—, no dependen tanto de la poca estima que el<br />

hombre tiene por la mujer o viceversa, cuanto de la poca estima que sentimos hacia<br />

nosotros mismos. Y además…<br />

Pero mirándose por casualidad las uñas, perdió el hilo de la conversación, y miró<br />

fijamente a doña Giannetta, como si hubiera hablado ella y no él. Doña Giannetta, que<br />

aún estaba frente al espejo, dándole la espalda, lo vio reflejado y con un movimiento de<br />

ojos le preguntó:<br />

—¿Y entonces… qué?<br />

—¡Sí, es precisamente esto! ¡Nacen de esto! —retomó él, con rabia—. De lo poco<br />

que nos estimamos, que nos hace creer, o mejor temer que no bastamos para llenar el<br />

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