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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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IV<br />

Se levantaron de la mesa cuando ya eran casi las cuatro. El cochero se asomó a la<br />

puerta de la fonda:<br />

—¿Tengo que atar los caballos?<br />

—¡Si no te vas! —lo amenazó Imbrò, el rostro encendido, arrimando a Ciunna a su<br />

pecho con un brazo y cogiendo con la otra mano una garrafa vacía.<br />

Ciunna, no menos encendido, se dejó atraer: sonrió, no replicó; beato como un niño<br />

por aquella protección.<br />

—¡Te he dicho que no nos vamos antes de que anochezca! —insistió Imbrò.<br />

—¡Claro, claro! —aprobaron en coro muchas voces. Porque el comedor se había<br />

llenado de unos veinte amigos de Ciunna y de Imbrò y los otros clientes de la fonda<br />

estaban comiendo juntos, formando así un gran grupo de comensales, cada vez más<br />

ruidoso: risas, gritos, brindis en broma, un gran barullo.<br />

Tino Imbrò se encaramó en la silla. ¡Una propuesta! Todos al barco de vapor inglés<br />

anclado en el puerto.<br />

—¡El capitán y yo somos como hermanos! ¡Es un joven de unos treinta años, barbudo<br />

y virtuoso: con unas botellas de ginebra que no os cuento!<br />

<strong>La</strong> propuesta fue acogida con un torbellino de aplausos.<br />

Alrededor de las seis, cuando la compañía se disolvió, después de la visita al barco de<br />

vapor, Ciunna le dijo a Imbrò:<br />

—¡Querido Tinino, es hora de que me vaya! No sé cómo agradecerte todo lo que has<br />

hecho por mí.<br />

—No piense en ello —lo interrumpió Imbrò—. Más bien piense en que tiene todavía<br />

que ocuparse de aquel encargo del que me habló esta mañana.<br />

—Ah, ya, tienes razón —dijo Ciunna, frunciendo el ceño y buscando con una mano<br />

el hombro del amigo, como si estuviera a punto de caerse—. Sí, sí, tienes razón. Y pensar<br />

que había bajado por eso… Tengo que irme.<br />

—Pero si puede evitarlo —observó Imbrò.<br />

—No —contestó Ciunna, torvo; y repitió—: tengo que irme. He bebido, he comido, y<br />

ahora… Adiós, Tinino. No puedo demorarlo más.<br />

—¿Quiere que le acompañe? —preguntó.<br />

—¡No! Ah, ¿quisieras acompañarme? Sería curioso. No, no, gracias, Tinino mío,<br />

gracias. Voy solo, por mi cuenta. He bebido, he comido, y ahora… ¡Adiós, eh!<br />

—Entonces le espero aquí, vuelva con el coche de caballos y nos despedimos.<br />

¡Hágalo rápido!<br />

—¡Rapidísimo! ¡Rapidísimo! ¡Adiós, Tinino!<br />

Y se puso en camino.<br />

Imbrò hizo una mueca con la boca y pensó: «¡Eh, los años! ¡Los años! Parece<br />

imposible que Ciunna… A fin de cuentas, ¿qué habrá bebido?».<br />

Ciunna se giró y, levantando y agitando un dedo a la altura de los ojos, que guiñaba<br />

pícaro, le dijo:<br />

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