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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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—Mal; no me toques.<br />

—¿Tienes algo que decirme?<br />

—Sí, algo grave.<br />

—¿Grave? ¡Aquí estoy!<br />

—Aquí no: arriba, en tu casa.<br />

—Pero… ¿qué? ¿Qué pasa, Luca? Todo lo que esté en mis manos, amigo mío…<br />

—Te lo he dicho: no me toques. Estoy mal.<br />

Habían llegado a la casa. Paroni sacó la llave del bolsillo; abrió la puerta; encendió un<br />

fósforo y empezó a subir por la escalera, seguido por Luca Fazio.<br />

—Cuidado… cuidado con los escalones…<br />

Atravesaron una salita; entraron en el estudio, que apestaba por el estancamiento de<br />

un acre humo de pipa. Paroni encendió una sucia lámpara blanca de petróleo, en el<br />

escritorio lleno de papeles, y se dirigió cuidadoso hacia Fazio. Pero lo encontró con los<br />

ojos que se le salían de las órbitas, con el pañuelo apretado fuerte con ambas manos en la<br />

boca. <strong>La</strong> tos lo había asaltado de nuevo, terriblemente, por aquel hedor a tabaco.<br />

—Oh, Dios… estás realmente mal, Luca.<br />

Este tuvo que esperar un buen rato antes de contestar. Bajó varias veces la cabeza. Se<br />

había puesto cadavérico.<br />

—No me llames «amigo», y apártate —dijo finalmente—. Estoy en las últimas. No,<br />

me quedo… me quedo de pie. Tú apártate.<br />

—Pero… yo no tengo miedo —protestó Paroni.<br />

—¿No tienes miedo? Espera… —rio Luca Fazio—. Lo dices demasiado pronto. En<br />

Roma, al verme así, en las últimas, me lo comí todo: solamente me guardé unas pocas<br />

liras para comprar esta pistola.<br />

Metió una mano en el bolsillo del gabán y sacó una gruesa pistola.<br />

Leopoldo Paroni, a la vista del arma, en la mano de aquel hombre en aquel estado, se<br />

puso pálido como un muerto, levantó las manos, balbuceó:<br />

—¿Está… está cargada? Luca…<br />

—Cargada —contestó Fazio—. Has dicho que no tienes miedo…<br />

—No… pero, si, Dios me libre…<br />

—¡Apártate! Espera… Me había encerrado en mi habitación, en Roma, para<br />

matarme. Cuando estoy con la pistola ya apuntándome la sien, oigo llamar a la puerta…<br />

—¿Tú? ¿En Roma?<br />

—En Roma. Abro. ¿Sabes a quién veo ante mis ojos? A Guido Mazzarini.<br />

—¿Él? ¿En tu casa?<br />

Luca Fazio dijo que sí, varias veces, con la cabeza. Luego continuó:<br />

—Me vio con la pistola en la mano y enseguida, también por la expresión de mi<br />

rostro, comprendió lo que estaba a punto de hacer; corrió hacia mí, me aferró por los<br />

brazos, me sacudió y me gritó: «¿Pero, cómo? ¿Te matas así? ¿Oh, Luca, tan imbécil<br />

eres? Vamos… si quieres hacer esto… yo te pago el viaje; ¡corre a Costanova y antes<br />

mátame a Leopoldo Paroni!».<br />

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