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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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sorpresa, a lo que ya se había establecido entre ellos de común acuerdo.<br />

¿Tenía que pasar por encima de todo? ¿Hacer lo que querían, los dos juntos, contra<br />

él? ¿No bastaba con que siguiera pagando, dejándole al otro la libertad de ir a ver a la<br />

mujer?<br />

No, señores. Carlino no quería aprovecharse de esa libertad ni tampoco otorgarle<br />

mérito alguno. ¡<strong>La</strong> negaba! Sin comprender que, si él cediera, si volviera a ver a Melina<br />

para que también el otro pudiera visitarla, toda la victoria sería de ambos, porque Tito,<br />

finalmente, haría lo que ambos querían. ¿Y eso no era violento? ¡No, por Dios!<br />

¡Continuaba pagando, y basta!<br />

Pero, por mucho que intentara, con estos argumentos, reafirmarse en la decisión de no<br />

ceder y quisiera concluir que tenía razón, Tito sentía crecerle la agitación, día tras día, por<br />

la obstinación de Carlino; sentía que el oscuro silencio del compañero cobraba un peso en<br />

su conciencia que no quería soportar solo.<br />

Si aquella chica, a la que ellos habían invitado a venir a Roma desde Padua,<br />

convertida en madre por uno de ellos, ahora, en aquel estado, se debatía en una<br />

incertidumbre angustiosa, ¿de quién era la culpa? ¿Qué pretendía ella, finalmente, sin<br />

fastidio, sin peso ni responsabilidad de parte de ellos? Que no se cometiera la violencia de<br />

librarse del hijo, que, por cierto, era hijo o de uno o del otro.<br />

Pues bien, querían dejarlo a solas con el remordimiento por aquella violencia.<br />

Si Carlino hubiera continuado yendo a ver a Melina, él podría, al menos en parte,<br />

atenuar ese remordimiento, pensando que, aunque continuara pagándole, no pretendía<br />

obtener ningún placer de ella.<br />

¡Pero no, señores! Carlino también había dejado de obtener placer alguno de Melina,<br />

y de ese modo impedía a Tito que pensara que lo obtenía atenuando su remordimiento<br />

que, en cambio, agravaba.<br />

Privándose él solo del placer, no obstante el pago regular de su parte, hubiera podido<br />

pensar que hacía un sacrificio tonto y tal vez incluso superfluo, ya que no era cierto que<br />

tuviera que sentir remordimiento por librarse de su propio hijo, que podía ser<br />

tranquilamente, en cambio, hijo del otro. Eh, ya; pero razonando así, es decir, admitiendo<br />

que el hijo fuera del otro, ¿podía pretender que este otro asumiera por completo el<br />

remordimiento de librarse de su propio hijo, para complacerlo a él? Si él, Tito, hubiera<br />

tenido la certeza de ser el padre y Carlino pretendiera librarse de él, vamos, ¿no se<br />

rebelaría?<br />

¡Esa certeza no existía!<br />

Pero, ante la duda, Carlino quería que aquel acto de violencia no se cometiera.<br />

Tenían que ser los tres, juntos, de mutuo acuerdo, quienes quisieran ejercer la<br />

violencia. El remordimiento, compartido, sería menor. Pues bien, lo habían traicionado. Y<br />

tanto más se enfadaba por ello cuanto más veía que la venganza, que instintivamente se<br />

sentía empujado a cumplir, contra su sentimiento mismo, lo volvía cruel; cuanto más veía<br />

que, incluso al no ejecutar ninguna venganza, la traición permanecía, como también lo<br />

hacía el acuerdo de aquellos dos en no respetar lo que habían establecido; así que<br />

solamente él sería responsable de la parte odiosa del asunto. ¡Y eso no, por Dios, no! ¿Por<br />

qué ceder ahora? ¡Sería inútil, además!<br />

Mientras tanto, llegó el momento en que ambos se vieron obligados a volver a hablar<br />

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