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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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London Life Assurance Society Limited<br />

(Capital Social L.4.500.000 - Capital circulante L.2.559.400)<br />

—¡Apreziadísimo señor! —empezó, sin terminar nunca.<br />

Además del defecto de la vista, tenía otro de pronunciación, y al igual que intentaba<br />

reparar el primero con el monóculo, intentaba esconder el segundo apoyando una risita<br />

sobre cada z que pronunciaba en lugar de la c y de la g.<br />

Orsani intentó interrumpirlo varias veces, en vano.<br />

—Estoy de paso por esta muy respetable provincia —decía el hombrecito<br />

impertérrito, con elocuencia vertiginosa—, donde por mérito de nuestra Soziedad, la más<br />

antigua, la más competente de cuantas existan del mismo zénero, he firmado óptimos,<br />

óptimos contratos, señor, en todas las espezialísimas combinaziones que ofrece a sus<br />

asoziados, sin decirle las ventajas excepzionales, que brevemente le expondré por cada<br />

combinazión, a su elezzión.<br />

Gabriele Orsani se desanimó, pero el señor Vannetti puso enseguida remedio.<br />

Empezó a hacerlo todo solo: preguntas y respuestas, a proponerse dudas y a aclarárselas.<br />

—Aquí usted, zentilísimo señor, ¡eh, lo sé! Podría dezirme, objetar: bien, querido<br />

Vannetti, de acuerdo: plena confianza en su compañía, pero, ¿cómo hacemos? Para mí es<br />

demasiado alta, pongamos, esta tarifa, no tengo tanto marzen en mi balance y entonces…<br />

(cada uno conoce los asuntos de su casa y usted aquí dize muy bien: sobre este punto,<br />

querido Vannetti, no admito discusiones). Bien, pero yo, zentilísimo señor, me permito<br />

hacerle observar: ¿y las ventajas espezialísimas que ofrece nuestra compañía? Eh, lo sé,<br />

usted dize: todas las compañías, unas más, otras menos, ofrecen algunas. No, no,<br />

perdóneme, señor, si oso poner en duda esta aserzión suya. <strong>La</strong>s ventajas…<br />

En este punto Orsani, viendo que Vannetti sacaba de una carpeta de cuero un paquete<br />

de trípticos, extendió las manos, como en ademán de defensa:<br />

—Perdone —gritó—. He leído en un diario que una compañía ha asegurado por no sé<br />

cuánto la mano de un célebre violinista: ¿es cierto?<br />

El señor <strong>La</strong>po Vannetti se quedó por un instante turbado, luego sonrió y dijo:<br />

—¡Americanadas! Sí señor, pero nosotros…<br />

—Se lo pregunto —dijo, sin perder tiempo, Gabriele—, porque yo también, una vez,<br />

¿sabe?…<br />

E hizo el gesto de tocar el violín.<br />

Vannetti, todavía no repuesto del todo, creyó oportuno felicitarlo:<br />

—¡Ah, muy bien! ¡Muy bien! Pero nosotros, perdone, en verdad, no hacemos estas<br />

operaziones…<br />

—¡Pero sería muy útil! —suspiró Orsani poniéndose de pie—. Poderse asegurar todo<br />

lo que se deja o se pierde a lo largo del camino de la <strong>vida</strong>: ¡el pelo! ¡Los dientes, por<br />

ejemplo! ¿Y la cabeza? <strong>La</strong> cabeza que se pierde tan fácilmente… Ahí está: el violinista,<br />

una mano; un petimetre, el pelo; un glotón, los dientes; un hombre de negocios, la<br />

cabeza… ¡Piense en ello! Es una gran idea.<br />

Se fue a pulsar un timbre eléctrico en la pared, cerca del escritorio, añadiendo:<br />

—Permítame un momento, querido señor.<br />

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