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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Con respecto a los otros dos hermanos, uno era cura —don Arzigogolo, como lo llamaba<br />

el padre—, el otro, a quien llamaban El Caballero, era un villano. Había que cuidarse de<br />

ambos, pero más del cura que del villano. <strong>La</strong> hermana tenía veintisiete años, uno más que<br />

Cocò, y se llamaba Agata o Titina: era delgada como una hostia y pálida como la cera;<br />

con los ojos constantemente angustiados y con las largas manos delgadas y frías<br />

temblándole por la timidez, inciertas y esquivas. Había de ser la pureza y la bondad en<br />

persona, pobrecita: nunca había dado un paso fuera del palacio, asistía a las dos viejitas<br />

octogenarias; bordaba y tocaba el piano divinamente.<br />

Pues bien, este era el plan: acordar dos matrimonios antes de dejar aquella<br />

administración judicial, es decir: concederle la mano de Didì el marqués Andrea y la de<br />

Agata a Cocò.<br />

El rostro de Didì se había enrarecido frente al primer anuncio y los ojos aún le<br />

brillaban por el desdén. <strong>La</strong> rabia había explotado en ella, más que por el hecho en sí, por<br />

el aire cínicamente resignado con el cual Cocò aceptaba el plan y se lo presentaba como<br />

una salvación. ¿Casarse por dinero con un viejo, con un hombre que tenía veintiocho años<br />

más que ella?<br />

—No, veintiocho no —le había dicho Cocò, riendo por aquella llamarada de desdén<br />

—. ¿Qué veintiocho, Didì? Veintisiete, seamos justos, veintisiete y unos meses.<br />

—¡Cocò, me das asco! ¡Asco! —le había gritado entonces Didì, encendida y<br />

mostrándole los puños.<br />

Y Cocò:<br />

—¿Me caso con la Virtud y te doy asco, Didì? Ella también tiene un año más que yo,<br />

pero la Virtud, querida Didì, te hago notar, no puede ser muy joven. ¡Y yo la necesito<br />

tanto! Soy un golfillo, un vicioso, y tú lo sabes: un sinvergüenza, como dice papá: entraré<br />

en razón, tendré un hermoso par de zapatillas en los pies, bordadas, con mis iniciales en<br />

oro y la corona de barón, y un gorro de terciopelo en la cabeza, bordado también y con el<br />

lazo de seda muy largo. El baroncito Cocò la Virtud… ¡Estaré tan guapo, Didì!<br />

Y había empezado a pasear, sin gracia, con el cuello ladeado, la mirada baja,<br />

fruncida, las manos puestas una encima de la otra debajo del mentón como la barba de<br />

una cabra.<br />

Didì, sin querer, se había reído.<br />

Y entonces Cocò la había tranquilizado, acariciándola y hablándole de todo el bien<br />

que podía procurarle a aquella pobrecita, delgada como una hostia, pálida como la cera,<br />

quien durante los quince días que él se había quedado en Zùnica ya había mostrado,<br />

aunque con la timidez que la caracterizaba, que lo veía como su salvador. ¡Sí, claro! Era<br />

interés de los hermanos y sobre todo de aquel llamado Caballero (que tenía una relación<br />

fuera de palacio con una mujer con quien había tenido diez, quince, veinte, en fin, no se<br />

sabe cuántos hijos) que ella se quedara soltera, oculta, enmoheciendo en la sombra. Pues<br />

bien, Cocò sería para ella el sol y la <strong>vida</strong>. <strong>La</strong> sacaría de allí, la llevaría a Palermo, a una<br />

preciosa casa nueva: fiestas, teatros, viajes, carreras en coche… Sí, era feúcha, paciencia:<br />

podía pasarse por alto. Además, era tan buena, y acostumbrada como estaba a no recibir<br />

nunca nada, se contentaría con poco.<br />

Y había continuado hablando largamente solamente de sí mismo, a propósito, en este<br />

tono, es decir: insistiendo en el bien que se proponía hacer, para que Didì, tentada por un<br />

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