La vida desnuda - Luigi Pirandello

era inútil… era demasiado tarde… ¡Había desaparecido!…
—¿No había nadie?
—Nadie. Yo solo.
—¿Y qué podías hacer tú solo, hijo mío? Ha bastado el susto que te has llevado y esta
agitación… ¿Ves?… Aún tiemblas… Ve, vete a la cama, vete a la cama… es muy
tarde… ¡No pienses en ello!
La vieja madre le cogió una mano y la acarició. Él asintió con la cabeza y le sonrió.
—Buenas noches, mamá.
—Duerme tranquilo, ¿de acuerdo? —le recomendó la madre, conmovida por la
caricia a aquella mano, que él le había permitido hacerle y, secándose los ojos, para no
perder esa ternura angustiosa, salió.
Después de casi una hora, Diego Bronner estaba de nuevo sentado en la orilla del río,
en el lugar de antes, con las piernas colgando.
En el cielo continuaba la fuga de las nubes leves, bajas y cenicientas. El sombrero de
aquel desconocido ya no estaba en la baranda del puente. Quizás los guardias nocturnos
habían pasado por allí y lo habían cogido.
De repente, se volvió hacia la avenida, retrocedió, bajó y se fue al puente. Se quitó el
sombrero y lo puso en el mismo lugar que aquel otro.
—¡Y dos! —dijo.
Como si lo hiciera por un juego, por un desaire a los guardias nocturnos que habían
quitado el primero de allí.
Se fue al otro lado de la farola, para ver el efecto de su sombrero, allí solo, en el
borde, iluminado como aquel otro. Y se quedó un rato, inclinado sobre la baranda, con el
cuello estirado, contemplándolo, como si él ya no estuviera allí. De pronto rio
horriblemente; se vio apostado como un gato detrás de la farola y el ratón era su
sombrero… «¡Vamos, vamos, payasadas!».
Saltó la baranda, sintió los pelos erizársele en la cabeza, sintió el temblor de las
manos que se mantenían rígidamente agarradas; las abrió; se lanzó hacia el vacío.
11 Referencia a Lucio Licinio Lúculo, político y militar romano, famoso por ser un
sibarita exquisito y escesivo.
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